miércoles, 29 de octubre de 2008

Conmemoración de todos los fieles difuntos. 02/11/08. Lucas 24, 13-35.

No transcribo el evangelio de hoy por ser bastante largo, por lo que animo a que se lea en casa. Se trata de los dos discípulos que van camino de Emaús. Van comentando todo lo sucedido con Jesús: su muerte y resurrección, según decían algunos. Jesús se pone a caminar con ellos sin que lo conozcan. En un momento oportuno de la conversación, Jesús les dice, entre otras cosas:

- "¡Qué necios y torpes sois para creer lo que anunciaron los profetas!...".

Los dos discípulos invitan a Jesús para que se quede con ellos, pues ya anochecía. Jesús se queda y sentado a la mesa, toma el pan, pronuncia la bendición, lo parte y se lo da. En este momento, a los discípulos se les abrieron los ojos y le reconocieron. Pero él desapareció...

Ellos, entonces, comentaron:

- "¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?".

Este comentario constituye la parte central del evangelio de hoy. Lo que les ha ocurrido a los discípulos de Emaús es una "gracia". Ellos han sido alcanzados por Cristo. El resucitado se ha apoderado de ellos. En esta experiencia descubrieron el poder de la resurrección de Jesús. Todo esto se puede repetir aplicándolo a Pablo. Frase por frase. Todos adquieren conciencia de que se les está revelando el misterio que encierra Jesús. Este, para ellos, se hace diáfano y luminoso. Todo es una gracia, algo que no se explica en términos psicológicos. Es una grandiosa realidad. Pablo se siente "un hombre nuevo". Los de Emaús dan la vuelta para comunicar a los demás "como ardía su corazón".

El hecho de la cena se narra con las mismas palabras de la Eucaristía: sentado a la mesa con ellos, "tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio". A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció. Como se ve, lo reconocieron al partir el pan. ¡Allí estaba Jesús! ¡Qué realidad tan preciosa!. Siguiendo el mandato del Señor cuando partimos el pan de la Cena, de la Eucaristía, allí está Jesús. Y si tratamos de vivirlo por la fe, cada vez nos enamorará más. Es el tierno encanto de Jesús. ¡Qué pena que muchos de entre nosotros abandonen el estar junto a Jesús y no se preocupen de recibirlo con frecuencia!.

Cuando el texto evangélico de hoy gira alrededor del partir el pan ¡por algo será!.

Reflexión: aunque sea repetición, es preciso reflexionar como creyentes que somos y, de una vez, decidirnos ¡a comulgar!. Entonces, llegaremos a comprender a los discípulos de Emaús.

miércoles, 22 de octubre de 2008

Domingo XXX del tiempo ordinario. 26/10/2008. Mateo 22, 34-40

El evangelio de hoy dice:
En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, formaron grupo, y uno de ellos, que era experto en la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: "Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?". Él le dijo: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser. Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas".

La pregunta que los fariseos hacen a Jesús era una cuestión muy discutida entre los judíos. Unos decían que el hombre no era quien a determinar lo que era más importante en la Ley de Dios. Si venía de Dios, toda ella era importante. Sin embargo, dominaba la idea de que el mandamiento más importante era la observancia del sábado, que para nosotros sería ir a misa el domingo. Muy pocos eran los judíos que ponían, en primer lugar, el amor a Dios y al prójimo.

En la Ley judía, existían 613 mandamientos; de ellos, 365 negativos y 248 positivos. No había algo que pudiera aglutinarlos a todos, como una orientación para el israelita. Ahora, Jesús, al poner como mandamiento principal que se debe amar a Dios "con todo tu corazón, con toda el alma, con toda tu mente", manifiesta, conforme al significado de las palabras hebreas, que el amor con que debemos amar a Dios no es un mero sentimiento, sino algo que debe dirigir de verdad nuestras vidas. Ser ese el mandamiento principal significa que es el que da sentido a todos los demás mandamientos. Pero, hay una dimensión del primer mandamiento tan importante como él mismo. Los mandamientos son inseparables: quien da de verdad su adhesión a Dios ha de conformar su conducta a la conducta de Dios, que ama de verdad al hombre.

Esta equiparación de los dos mandamientos, del amor a Dios y al prójimo, asignándolos como los mandamientos principales, hace que el resto de la Ley crisitana o de los mandamientos sean sólamente corolarios de esta orientación fundamental de la vida. En este sentido, los mandamientos de la Iglesia no están bien formulados cuando en vez de confirmar que el primer mandamiento es "amar a Dios sobre todas las cosas", afirma, como tal primero, que es "oir misa entera todos los domingos y fiestas de guardar". De esta reflexión, obviamente, se pueden sacar varias conclusiones. Por ejemplo: a veces, se debe perder la misa para cuidar o atender al prójimo o, en concreto, a un enfermo. Se pueden hacer más reflexiones en este sentido, sin necesidad de llegar a una conciencia laxa.

viernes, 17 de octubre de 2008

Domingo XXIX del tiempo ordinario. 19/10/2008. Mateo, 22, 15-21.

El evangelio de hoy dice así:
En aquel tiempo, se retiraron los fariseos y llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una pregunta. Le enviaron unos discípulos, con unos partidarios de Herodes, y le dijeron: "Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad; sin que te importe nadie, porque no miras lo que la gente sea. Dinos, pues, qué opinas: ¿es lícito pagar impuesto al César o no?". Comprendiendo su mala voluntad, les dijo Jesús: "Hipócritas, ¿por qué me tentáis? Enseñadme la moneda del impuesto". Le presentaron un denario. Él les preguntó: "¿De quién son esta cara y esta inscripción?". Le respondieron: "Del César". Entonces les replicó: "Pues pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios".

Los enemigos de Jesús le envían un grupo de fariseos y otro de partidarios de Herodes. Deben hacerle una pregunta capciosa. Si contesta arfirmativamente, Jesús se atraerá el odio del pueblo, y si negativamente, podría ser detenido como sedicioso por las autoridades romanas.

Al hacerle la pregunta a Jesús, alaban su sinceridad y que, por encima de todo, dice la verdad sin importarle lo que diga la gente. Ojalá se pudiera decir lo mismo de cada uno de los cristianos, empezando por nosotros mismos. Ser sinceros y decir la verdad, supone haber reflexionado con el evangelio en la mano, con buen conocimiento exegético, y habiendo sopesado los signos de los tiempos. Estos nunca pueden despreciarse sin más, aunque a la jerarquía le cueste bastante trabajo tenerlos en cuenta. Nosotros, los cristianos de a pie, no podemos ser en todo obedientes sumisos a cuanto diga la jerarquía. Debemos pensar con responsabilidad de apóstoles creyentes, con pensamiento propio. La iglesia somos todos y nosotros somos mayoría: si somos responsables, no podemos ser ovejas sumisas. Si así hiciésemos, nuestro peso ante la sociedad sería mucho mayor, pues demostraría que, como cristianos, estamos vivos. Todo con tal de saber llegar a un mínimo de unidad, como sería nuestro deseo de amar a Jesús y el amor entre nosotros, a pesar de alguna diversidad.

Me pregunto: ¿Por qué a Jesús se le ocurrió la respuesta de "dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios"?. Es una respuesta inteligente que sólo se le ocurre al que obra libremente, sin estar sometido a una ideología. Estas tratan de llevar a alguien al poder o de mantenerlo en él. Jesús no ambiciona poder, obra con plena libertad y dice la verdad cueste lo que cueste; está a las verdes y a las maduras.

Una persona libre no está condicionada ideológicamente. No aspira al poder y dice libremente lo que siente. Sea a favor de Dios o de los hombres. ¡Cuidado, que también en nuestra Iglesia entran, a menudo, las ideologías!.

jueves, 2 de octubre de 2008

Domingo XXVIII del tiempo ordinario. 12/10/2008.Mateo 22, 1-14

Haré un resumen del evangelio de hoy. Se trata de un rey cuyo hijo se casa. Llama a los invitados, pero no acuden. Vuelve a mandar criados para que insistan. Los invitados no aceptan e incluso matan a alguno de los criados del rey. Este monta en cólera y envía tropas que acaban con ellos y destruyen su ciudad. Luego, dice a los criados:

- Id por los caminos e invitad a todos los que encontréis.

Entonces, la sala del banquete se llenó de comensales.

Cuando entró el rey a saludar a los comensales vió que uno no iba vestido de fiesta. Entonces el rey mandó atarlo de pies y manos y arrojarlo a las tinieblas, donde será el llanto y el rechinar de dientes.

Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos.


Esta parábola responde a la actitud que muestran los sumos sacerdotes (o jerarquía de aquella época) después de oir las de los domingos anteriores.


El rey no solía comer con sus invitados, sino aparte, pero iba a saludarlos. En el evangelio de Mateo, el traje de fiesta se identifica con el cumplimiento de las condiciones que exige la adhesión a Jesús (Mateo, 5, 3-10; 16, 24). La frase final es algo difícil de comprender a primera vista. Me refiero a "Muchos son los lllamados y pocos los escogidos". Para nosotros, la diferencia entre "muchos" y "pocos" es grande, pero entre los hebreos y los arameos era suficiente la diferencia de uno. Podríamos traducir: "muchos son los llamados y uno menos los escogidos" o "hay más llamados que escogidos" o "la inmensa mayoría son escogidos".

En hebreo y arameo, el comparativo de superioridad (más que) se expresa con una oposición de contrarios, por ejemplo: "Amé a Jacob y odié a Esaú" (Romanos, 9,13) debe traducirse por: "Amé a Jacob más que a Esaú". Cuando en el evangelio se dice que debemos "Amar a Jesús y odiar a nuestro padre" (Lucas, 14, 26) equivale a "Amar a Jesús más que a nuestro padre", lo que no quita para que amemos muchísimo a nuestro padre. Son modismos de los idiomas.

Este evangelio trata, pues, de una advertencia a los cristianos para que respondan con una verdadera conversión o nuevo traje al llamamiento gratuito que nos hace Jesús.

 
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