jueves, 26 de agosto de 2010

Domingo XXII del Tiempo Ordinario. 29-8-2010. Lucas 14, 7-14

El evangelista Lucas recoge algunas de las parábolas más famosas y características de Jesús. La traducción al griego más antigua de lo que nosotros llamamos Antiguo Testamento de la Biblia, es la Septuaginta y, en ella, una parábola es un proverbio, una comparación. Se puede definir la parábola como una figura literaria que contiene una imagen llamativa.

Los maestros de la ley, judíos, también explicaban con parábolas, pero las usaban sólamente para exponer la verdadera interpretación de la ley. Por el contrario, Jesús utiliza las parábolas para hablar sobre el reino de Dios, nunca para explicar la ley. Jesús es positivo, va a que se capten la verdadera experiencia o las vivencias del reino de Dios. Si se logra esto, lo demás viene por añadidura. Los relatos de Jesús son una llamada a entender y experimentar la vida de una manera totalmente diferente. Es la manera de Jesús.

En el evangelio de hoy, se habla de no acaparar los primeros puestos cuando te invitan a un banquete. De esta forma no correrás el peligro de que te manden descender de categoría con la correspondiente humillación. Hasta aquí, es un simple comentario humano de una cita del libro bíblico Proverbios (2.5, 6-7) donde se recogen consejos del rey Salomón. Pero, inmediatamente, Jesús le da un giro de 180 grados y pasa a darle una aplicación evangélica. Dice Jesús: "cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos". Por supuesto, hay cojos y ciegos ricos, pero la fuerza del consejo de Jesús es que no pueden pagar. ¡Qué pocas veces invitamos al que no puede corresponder! Se trata de invitar sin humillar, por supuesto.

Es sumamente importante lo que afirma Jesús: "te pagarán cuando resuciten los justos". Debemos tener bien claro que no todo se acaba con la muerte. La vida llega mucho más allá. La vida sigue junto a Dios. Y los muertos, al vivir junto a Dios, están inflamados de amor y por lo tanto de agradecimiento. Todos llenaremos de bendiciones a los que nos ayudaron en las penalidades de esta vida. Y Jesús lo tendrá muy en cuenta.

Compromiso: medita y reflexiona sobre este comentario del evangelio.

jueves, 19 de agosto de 2010

Domingo XXI del Tiempo Ordinario. 22-8-2010. Lucas, 13, 22-30

El evangelio de este domingo nos dice que Jesús sigue de camino a Jerusalén. En Lucas, este viaje es bastante más extenso que en Mateo y Marcos, abarcando desde 9, 51 hasta 19, 28, es decir, casi diez capítulos. Es, por esta razón, el núcleo de dicho evangelio y, aseguran los expertos, es crucial para la comprensión de su mensaje.

En el evangelio de Lucas, al igual que en Mateo y Marcos, lo realizado en el viaje a Jerusalén se centra más en sus enseñanzas que en los milagros de curación. Lucas agrupó las tradiciones sobre las enseñanzas de Jesús en temas importantes como la oración, la riqueza, el perdón o, como en el evangelio de hoy, la necesidad de estar alerta para cuando llegue el Señor.

Estos agrupamientos según la temática nos indican que no se sigue el orden en que fueron predicados por Jesús. El evangelista Lucas los agrupó para crear un cuerpo de enseñanza que pudieran usar los seguidores de Jesús en la misión. Ello indica que tiene en cuenta la situación de la Iglesia tras la muerte de Jesús.

En este viaje de Jesús a Jerusalén, el Señor debe pasar por un lugar muy escabroso llamado Wadi Qelt, 8 Km al oeste de Jericó. Por encima del fondo del valle se encuentra hoy día el monasterio griego ortodoxo de San Jorge, fundado originariamente en el siglo V después de Cristo. En ese camino Jesús va enseñando por ciudades y aldeas.

En uno de los lugares hay quien pregunta: "Señor, ¿serán pocos los que se salven?". Todo el evangelio de hoy gira alrededor de esta pregunta, pero como se lee al final, con referencia al reino de Dios. En efecto, la predicación de Jesús en Galilea se centró en el evangelio del reino, de forma que las expresiones sinónimas "el reino de Dios" y "el reino de los cielos" aparecen unas cien veces en los tres primeros evangelios. Se constata, además, que el reino de Dios es una realidad tanto presente como futura.

Aunque la idea del arrepentimiento está presente en la predicación de Jesús, sin embargo, no es un simple arrepentimiento, sino que conlleva la necesidad de servir incondicionalmente a Dios. Esta es la condición para entrar en el reino, donde los creyentes comprenderemos la misericordia divina, tema crucial en el mensaje de Jesús.

Con lo dicho, tenemos respuesta a la pregunta del evangelio de hoy: "Señor, ¿serán pocos los que se salven?". Todo depende de nuestro arrepentimiento y de la entrega a la causa de Dios. Entonces comprenderemos la misericordia divina que, a pesar de nuestros fallos y pecados, nos sigue llevando hacia adelante. Arrepentirse y entregarse a la causa de Dios es ya entrar por la puerta estrecha.

Compromiso: arrepintámonos y entreguémonos a la causa de Dios.

martes, 10 de agosto de 2010

Solemnidad de la Virgen. 15-8-2010. Lucas 1, 39-56

Si hacemos excepción del nacimiento y las escasas historias que Mateo y Lucas nos relatan, es muy poca la información que poseemos sobre la infancia y la juventud de Jesús. Tampoco disponemos de muchos datos sobre su vida familiar, hasta su bautismo por Juan el Bautista y el inicio de su ministerio. Desconocemos, pues, el desarrollo de su vida como niño y joven. Nada sabemos de sus estudios y trabajos profesionales o qué idiomas conocía. Para recaudar algunos datos debemos acudir a la cultura y costumbres de su propia época.

Sobre su madre María, el evangelio de Lucas la presenta como pariente de los padres de Juan el Bautista, Isabel y Zacarías, quienes vivían cerca de Jerusalén, en las tierras montañosas de Judea.

El evangelio de hoy nos presenta a María yendo a comunicar su embarazo a su prima Isabel. Como en muchísimas ocasiones, una parte importante de la vida familiar se desarrolla en la cocina. En ella, según los expertos, existía un gran horno de piedra que le daba prestancia y ambiente. Allí charlarían muy emotiva y familiarmente las dos primas, dando lugar a dos importantes oraciones que se practican en nuestra vida cristiana.

En efecto, Isabel, emocionada, le dice a su prima María:

¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!

Esto es lo que rezamos al final del Ave María. Podemos imaginarnos esta escena en la misma cocina a la que me refería antes. Porque María saluda a su prima después de entrar en casa.

Al igual que María e Isabel, ¿hemos sabido hablar de cosas de Dios con nuestros primos o nuestra propia familia? Ya no digo con otros que no son ni siquiera familia. Ahí queda la pregunta esperando una respuesta y una decisión.

La segunda oración que nos presenta el evangelio de este domingo es la llamada Magnificat. Se trata de una oración no tan conocida, pero que sí rezan muchos cristianos. Es la que empieza con las palabras:

Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador...

Aunque no seamos capaces de recordar la oración entera, sí podemos repetir el comienzo de la misma, que aquí se menciona. Tiene un profundo sentido de la que es la experiencia cristiana. La experiencia de sentirnos cerca de Dios y que nos inunda, cuando recibimos a Cristo en la comunión. Ese Jesús que María llevaba en su vientre cuando visitó a su prima Isabel.

Actuación desde la fe: la que nos insinúe la lectura de esta proclamación evangélica.

jueves, 5 de agosto de 2010

Domingo XIX del Tiempo Ordinario. 8/8/2010. Lucas 12, 35-40

La lección del evangelio de hoy es que debemos estar preparados, porque a la hora que menos pensemos, vendrá el Hijo del hombre. Nos pone como ejemplo el de los criados que están despiertos, aunque sea entrada la noche o ya de madrugada, esperando a que llegue su señor. Este, si así es, agradecido, hará que sus criados se sienten a la mesa y se pondrá a servirles. Añade el evangelista que si el dueño de la casa supiera a qué hora viene el ladrón, no le dejaría abrir un boquete, evitando así el robo.

Este evangelio es toda una llamada a que siempre debemos estar alerta, no durmiéndonos mientras la vida va pasando. El juicio ante Dios llegará tarde o temprano. En este trozo evangélico se recalca el juicio, es verdad, pero con el evangelio de Jesús en la mano, no debemos olvidar la verdad completa. Es necesario que tomemos en serio el juicio de Dios, pero debemos tomar igualmente en serio la gracia de Dios. Es verdad que tenemos el gran peligro que surge del juicio y del pecado: el peligro de ser condenados por sentencia. Pero, debemos vivir con una esperanza, aún mayor, porque estamos arraigados en la gracia y en la salvación que Jesús nos trae. Dios siempre está viniendo a nosotros, si pecamos, volvámonos de nuevo hacia Él, que nos da continuamente la promesa de la salvación.

Para que ese día del juicio no seamos sorprendidos con las manos vacías, practiquemos la máxima del "ora et labora", del "ora y trabaja". El mismo trabajo, el trabajo propio y el que debemos regalar a las cosas de Dios, todo el trabajo debe ser oración. En todo momento debemos recibir y contemplar la luz que viene de lo alto. De vez en cuando, debemos aprender a volvernos hacia Dios, que es volvernos hacia la oración. Hacer oración es encontrarnos ante Dios, ante el que es Señor del hombre, nuestro juez y nuestro salvador. Así, volvemos de nuevo a lo que decía más arriba, esto es, a tomar igualmente en serio el juicio de Dios y su gracia salvadora. No se puede hablar de uno sin recordar el otro. Vivimos en tensión entre el miedo al juicio y la esperanza de Jesús. Esta confianza seria y responsable en la gracia salvadora de Jesús hace que nuestras obras no sigan siendo o no lleguen a ser obras infructuosas.

Propósito: aprender a hacer que nuestras obras sean al mismo tiempo obras de oración, realizándolas con amor a Dios.

 
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