lunes, 29 de noviembre de 2010

Domingo II de Adviento. 05/12/2010. Mateo, 3,1-12

   Hoy se nos presenta a Juan Bautista predicando en el desierto, cerca del río Jordán. Allí pide la conversión de la gente. Juan era de familia sacerdotal rural. Su lenguaje y las imágenes que emplea reflejan el ambiente campesino de una aldea. Según bastantes autores, este sería el único dato que puede ser aceptado como histórico, del material que nos aporta Lucas sobre la infancia de Juan en su primer capítulo.

   Juan, por su vestido y, sobre todo, por la correa de cuero que lleva en la cintura, se identifica con el profeta Elías. Este, que había de volver como precursor del Mesías, está, pues, personificado en la persona de Juan. El alimento de éste no era extraordinario. Los saltamontes se vendían también en los mercados.

   El Bautista predica: "Enmendaos que está cerca el reinado de Dios". La enmienda consiste en que cambiemos de actitud con relación a las demás personas. Es necesario adoptar una postura de justicia y comprensión. La enmienda, para que sea real, lleva consigo el arrepentimiento, pero se diferencia de la conversión. Esta no se refiere sólo al trato con los demás, sino que incluye la vuelta a Dios. La conversión se expresará por la fe o adhesión a Jesús, que pronto entrará en acción. Estas ideas conviene tenerlas claras, pues la traducción que aparece en el misal no es muy correcta.

   El bautismo o inmersión en el agua era un rito muy común en la cultura judía. Significaba la muerte a un pasado que quedaba, simbólicamente, sepultado en el agua para empezar una vida más cercana al prójimo y a Dios. El pasado de injusticia queda sepultado. El bautismo también se utilizaba en lo civil para significar la emancipación de un esclavo.

   Dice Juan en este evangelio que "ya toca el hacha la base de los árboles, y el árbol que no da buen fruto será talado y echado al fuego". Es decir, ha llegado el momento de arrepentirse que para muchos parece que nunca llega. Y, dice Juan que, detrás de él, viene uno que bautiza con Espíritu Santo y fuego. Cuando nos inunda el Espíritu Santo, nos llenamos de dinamita y fuego. Fuego divino que nos hace amar al prójimo y abrazarnos a Dios con una fuerza inenarrable. Este es el significado del bautismo cristiano. Bautismo que, bien cultivado, es capaz de llevarnos a la santidad heróica de una Teresa de Calcuta o, al menos, a una entrega significativa al prójimo y a Dios. Dos amores inseparables si son amores de verdad.
   

martes, 23 de noviembre de 2010

Domingo I de Adviento. 28/11/2010. Mateo, 24,37-44.

   Hoy dejamos a un lado el evangelio de Lucas que se leyó durante el año y nos viene un pasaje de Mateo. Nos habla de la venida del Hijo del hombre. Nos pone como ejemplo, el arca de Noé en la que unos entraron para salvarse del diluvio y otros quedaron fuera y se los llevó el agua.

   En el versículo anterior al evangelio de hoy, es decir, el 36, dice Jesús acerca de lo que sucederá, que nadie sabe cuando ha de ser; no lo saben ni los ángeles ni el Hijo, sólo el Padre. Esta ignorancia que manifiesta Jesús goza de gran credibilidad histórica, pues los primeros cristianos no lo habrían puesto si fuera mentira, ya que desdice de él. Existen varios criterios para determinar lo que es realmente histórico en los evangelios. El criterio que se aplica en este caso se llama el criterio de dificultad, por ser muy difícil para los cristianos ver ignorancias en Jesús, aunque sea como hombre.

   Saber estas cosas sobre exégesis bíblica haría a los creyentes personas más ilustradas y capaces para responder a los problemas que hoy pueden presentar los no creyentes. En los evangelios hay verdadera historia y hay criterios para investigarla. Las nuevas ideas de la investigación bíblica rara vez llegan a los bancos de las iglesias y esto es , hoy, muy necesario.

   El evangelio leído trata del fin, que puede ser el fin individual o el fin de la historia. Nos interesa el primero, porque, sin duda, no llegaremos al fin del mundo. Este trozo evangélico dice: "Estad en vela, pues no sabéis qué día va a llegar vuestro Señor". Esta palabra, "Señor", es la clave de la interpretación. El Señor es Jesús resucitado, por lo que este evangelio hace referencia a los primeros cristianos que tienen determinados problemas. Antes de los primeros cristianos aún no podemos hablar de Jesús como el Señor, título que se le aplica como resucitado. Porque resucitó, es el Señor. Hay persecuciones para los primeros cristianos y como dice este evangelio, a un hombre se lo llevan y a otro lo dejan; a una mujer la llevan y a otra la dejan. Para dar ánimo a aquellos cristianos se recuerdan algunas de las cosas que predicó Jesús durante su vida y se hace con ellas una nueva redacción. Aunque no sean palabras literales de Jesús, se recoge en ellas la fidelidad que debemos profesar para con Dios. Sean o no sean tiempos de persecución.

   Compromiso:
   Reaccionar de forma parecida a la de un joven hace unos días: ¿váis contra la religión? ¡¡¡pues ahora yo vuelvo a ir a misa!!!

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Domingo de Jesucristo Rey. 21/11/2010. Lucas, 23,35-43.

   En este evangelio se presenta a Jesús en la cruz en medio de dos malhechores y recibiendo toda clase de burlas, tanto de las autoridades, como de los soldados y de uno de los malhechores. Encima de la cruz había un letrero escrito en tres idiomas, griego, latín y hebreo. Decía el letrero: "Este es el rey de los judíos". El malhechor arrepentido decía al otro que insultaba a Jesús crucificado: "¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio? Nuestro castigo es justo, en cambio éste no ha faltado en nada". Y decía a Jesús: "Acuérdate de mi cuando llegues a tu reino". Jesús le responde: "Te lo aseguro, hoy estarás conmigo en el paraíso".

   Hoy, recordando el letrero puesto sobre la cruz, se nos presenta a Jesús como rey espiritual de cada uno de nosotros, individualmente, y de su cuerpo místico. Para los rabinos judíos la Biblia es un llamamiento a la acción. Y, para los cristianos, teniendo en cuenta las raíces profundamente judías de Jesús, también cuenta ese llamamiento a la acción. Así quiero enfocar el presente comentario al evangelio.

   En consecuencia, y siguiendo el método rabino sólo es necesario pensar y meditar en los sufrimientos atroces de Jesús, en su pasión y crucifixión, y en cómo siguió amando a su Padre Dios hasta morir. Además de pensarlo, meditarlo una y otra vez, es necesario asimilarlo, darse profundamente cuenta y sentir lo que puede ser continuar amando serenamente a Dios en situaciones tan dolorosas. Según la experiencia de muchas personas, es posible porque Dios ayuda, y nos da serenidad y una paz especial en medio de los terribles sufrimientos que a veces nos trae la vida. Sólamente el que ama de verdad a Dios es capaz de comprenderlo.

   Jesús amó al Padre hasta el final. El termina diciéndole: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu".

   Bajo el nombre de Dios y bajo el nombre de Jesús, se "agitan" muchas cosas, muchos pensamientos, muchas realidades. La vida seguirá su curso de alegrías, penas y sufrimientos. Pero, hay una realidad que se agita bajo la fidelidad a Jesús. Esa realidad nos inspira a buscar la belleza absoluta, la paz absoluta, la justicia absoluta y el amor desinteresado y absoluto. No lo conseguiremos totalmente, pero el amor verdadero a Dios nos hace tender hacia ello. Y, con el norte de esta brújula, manifestamos el reinado de Jesús cuya fiesta celebramos hoy.

   Propósito:
   No desaproveches la ocasión de seguir siendo fiel a Dios en las alegrías y en las penas.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Domingo XXXIII del tiempo ordinario. 14/11/2010. Lucas, 21,5-19.

   En el evangelio de hoy me referiré a aspectos relacionados con el Templo de Jerusalén, su destrucción y consecuencias de la misma para los cristianos. En la concepción judía, su Templo representaba a todo el universo, de manera que cualquier interferencia en sus rituales llevaría consigo una catástrofe cósmica.

   Se dan predicciones apocalípiticas en varios pasajes del Antiguo Testamento, como se ve en los libros de Daniel, Ezequiel, Esdras. El punto de mira de todas estas calamidades está en la profanación del Templo, que se considera un sacrilegio desolador y se refiere al rey helenista Antioquio Epifano que levanta en el mismísimo Templo, un altar pagano a Zeusen en el año 164 antes de Jesucristo, tal como se dice en el libro bíblico de Daniel, 9,27.

   El evangelista Lucas sustituye esta dicha profanación del Templo por el asedio a Jerusalén en el año 70 después de Cristo. Al menos, esto el lo que generalmente aceptan los críticos. Tan profanado queda el Templo que no queda en él piedra sobre piedra. Siendo como es la mentalidad judía, este suceso debe ir seguido de gran conmoción a causa de la profanación tan radical del Templo. Y tendrá también consecuencias en la evolución del cristianismo.

   Cuando muere Jesús en la cruz, tras los horribles sufrimientos por los que hubo de pasar, los primeros cristianos siguen participando de los cultos del Templo judío y, por tanto, en los sacrificios de animales. Pero, con la nueva visión cristiana, y el arraigo del bautismo junto con la eucaristía, los cristianos se van independizando de la obligación de acudir al Templo de Jerusalén y, finalmente, la destrucción total del mismo provoca una profunda reflexión cristiana para quedarse con lo más esencial.

   Sigamos este ejemplo de quedarnos siempre con lo más esencial. Y, para defenderlo, por tratarse de las cosas de Dios, al que debemos amar en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, es decir, todos los días de la vida, debemos estar siempre preparados. Dice Jesús en el evangelio de hoy que, por ser fieles, se nos perseguirá, se nos llevará ante las autoridades y se nos encarcelará e incluso se nos matará o, por lo menos, se nos odiará.

   ¡Vivamos siempre fieles a Dios! Sepamos valorar lo más esencial de nuestra fe: la vida en unión con Dios y con su enviado Jesús de Nazaret. Podemos prescindir de otras cosas que no son esenciales, aunque se hayan hecho costumbres. Pero, de la oración, de la unión con Dios, de la presencia amorosa de Jesús en la comunión, del mandamiento del amor a los demás, no debemos olvidarnos  nunca. El testimonio debe ser vivo entre nosotros y para con los demás, cueste lo que cueste.

   Práctica:
   Como ya se propuso alguna otra vez, releer pausada y reflexivamente el comentario evangélico.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Domingo XXXII del tiempo ordinario. 07/11/2010. Lucas 20,27-38.

   Unos saduceos, que negaban la resurrección, pero tenían la obligación de casarse con la mujer de su hermano cuando este moría sin hijos, le dicen a Jesús: "Si de siete hermanos muere el único casado, otro hermano debe casarse con la viuda. Pero, van muriendo los siete hermanos que dejan a la misma mujer viuda siete veces". Y le preguntan: "¿Cuando llegue la resurrección, de cual de ellos será la mujer?"

   Los saduceos, hombres religiosos, no entienden lo de la resurrección de los muertos, y Jesús les va a contestar aprovechando su fe religiosa y sus propias convicciones espirituales. Les dice que los resucitados, ante el Señor, son como ángeles, no se casan. Son hijos de Dios porque participan de la resurrección. Y, por si quieren seguir negando la resurrección, Jesús remata diciéndoles: "Que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en la aparición de la zarza, cuando llama al Señor Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Yaceb". Pues Dios no es Dios de muertos, sino de vivos; porque para Dios todos están vivos aunque ya no estén en este mundo.

   Como vemos, en el evangelio de hoy hay fundamentalmente dos enseñanzas. Una, si se quiere denominar así, de tipo psicológico; la otra, es una enseñanza teológica. Respecto a la primera, Jesús no ataca a los interrogadores saduceos por el hecho de que no crean en la resurrección de los muertos. Jesús aprovecha simplemente la gran fe que tienen en Dios para llevarles a la creencia en la resurrección. Porque si Dios es el "Dios de todos", Dios no es Dios de muertos sino Dios de vivos. Dios de vivos aunque ya no estén en esta vida.  El evangelio no nos lo dice, pero seguro que aquellos saduceos, hombres de una fe viva, vieron con claridad cómo nuestra resurrección, o nuestra vida para siempre, es fruto de nuestra firme creencia en Dios.

   La enseñanza teológica del evangelio de hoy ya queda también manifiesta con lo dicho. Pero, debemos prescindir de problemas como el que plantean los saduceos: ¿cuál de los maridos se llevará a la viuda vuelta a casar en segundas o en terceras nupcias? Prescindamos de simplezas. Jesús nos dice que seremos como ángeles y con ser hijos de Dios tendremos suficiente. Dios nos llenará de un amor y de una felicidad indescriptibles, inimaginables. Y, con eso, tenemos de sobra. Dejémonos en manos de Dios y basta.

   Propósito:
   Aunque sea un propósito algo repetido, acostumbrémonos a hablar con otros de nuestras positivas experiencias religiosas. Pueden ayudar mucho al progreso espiritual.

 
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