miércoles, 17 de febrero de 2016

II Domingo de Cuaresma. Ciclo C. 21/02/2016. Lucas 9, 28b-36

   En la segunda lectura de este domingo aparece una expresión que bien podría servir de enlace con las otras dos. Se trata de que "somos ciudadanos del cielo". En efecto, la primera lectura (Génesis 15,5-12.17-18) nos habla de la alianza que el Señor hace con Abraham. Es un diálogo que Dios, al que se menciona seis veces llamándole "Señor", mantiene con él. Esta es una de las razones por la que consideramos que Jesús es Dios, pues desde el comienzo es también el "Señor". Dios le manda a Abraham ofrecer un sacrificio de animales con el que es sellada una alianza entre los dos. Dice al comienzo de la lectura que Abraham creyó al Señor y esto se le computó como justicia, como gracia, como salvación. Es el poder de la fe en Dios. Con ella, somos ciudadanos del cielo. No en vano, como dice el salmo de hoy, el Señor es mi luz y mi salvación.

   En Filipenses (3,17-4,1), la frase central como se dijo, es que somos ciudadanos del cielo, por lo que el Señor Jesucristo transformará nuestra condición humilde, según el modelo de su condición gloriosa. Por esta razón, debemos practicar obras dignas de Dios.

   El evangelio nos relata el pasaje de la transfiguración de Jesús. El se lleva a Pedro, a Juan y a Santiago a lo alto de una montaña para orar. Este es el dato más importante de la transfiguración. Estar en la presencia de Dios. La oración, la verdadera oración, nos lleva de verdad a la experiencia mística, que eso pudo haber sido la transfiguración de Jesús. Para los judíos, la presencia de Dios vivida en una vida interior de oración, se llama Shekhinab y hace que vivamos una vida llena de amor, de amor a Dios y a los demás. Ella genera la experiencia mística. Una experiencia de la realidad inefable de Dios. Un regalo del cielo. Un regalo gratuito. En esta línea va, sin duda, la gran experiencia de la trasfiguración. Conociendo la vida de oración de Jesús, no será la única transfiguración del Señor. Habrá tenido muchas de esas experiencias en su vida. De noche, nos dicen los evangelios, se retiraba con frecuencia al monte para orar. Y, aunque hombre, debía vivir muy en la presencia de Dios. Por eso, el gran teólogo moderno Rahner, nos dice hoy día, que para que la religión tenga futuro debe ser mística. La religión del siglo XXI o es mística o no será. La permanencia de la religión en los tiempos actuales depende de nuestra oración profunda, oración que no necesita de los labios para expresarse, si no que sale del corazón. Vivamos pues una vida de oración.

Compromiso:
   Hacer oración.

 
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