martes, 28 de febrero de 2012

II Domingo de Cuaresma. Ciclo B. 04/03/2012. Marcos, 9,2-10

  Hoy tenemos como comentario el evangelio de la Transfiguración. Jesús, después de seis días, toma consigo a Pedro, Santiago y Juan y los conduce a ellos solos a una montaña alta y se transfigura ante ellos. En la exposición, Jesús toma aparte a tres discípulos de confianza. Las vestiduras de los tres discípulos y las propias de Jesús, se volvieron blancas y destellantes tal como se representaban las de los ángeles y bienaventurados. Son las vestiduras de la santidad con las que se visten los justos y reciben el nombre de vestidos de la vida, simbolizando la inmortalidad.

   Con la Transfiguración, estamos ante un hecho real, sucedido, que después ha sido reflejado por escrito utilizando un estilo literario con expresiones propias del lenguaje religioso judío.

   Jesús, como hombre, era verdaderamente un hombre de oración, de mucha oración, hasta el punto de retirarse a menudo, a orar en soledad, en plena naturaleza. No es, pues, de extrañar que ello era un campo abonado para las experiencias religiosas místicas. Por esta razón, algunos autores piensan que en la transfiguración estamos ante una de las posibles experiencias místicas de Jesús, que después fue puesta por escrito conforme la interpretaron los discípulos y los primeros cristianos.

   Realmente, Pedro, Santiago y Juan, por boca del mismo Pedro, contemplando la trasfiguración de Jesús, se sienten llenos de felicidad y este afirma: "Maestro, ¡Qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres chozas, una para tí, otra para Moisés y otra para Elías". Moisés y Elías aparecían hablando con Jesús. Moisés representaba la ley y Elías a todos los profetas. En esta experiencia míxtica de Jesús, los tres discípulos comprenden que en él se resume la verdadera interpretación de la Ley y todo lo que han dicho los profetas. Jesús es lo Sumo. Es así como comprenden ahora a Jesús. Y tan viva es la experiencia que desean quedarse allí para siempre.

   Aparece una nube que los cubre. La nube es signo de la presencia de Dios en el lenguaje judío. Alrededor de Jesús, se vive, se experimenta la presencia de Dios. El evangelista Marcos, al ponerlo por escrito, se ve obligado a decir que los cubrió una nube, porque es una forma judía de expresar que allí se vivía la presencia divina. Jesús estaba rezumando a Dios por todas partes.

   Y de la nube salió la voz de Dios, afirmando: "Este es mi Hijo amado. Oídle" Estaban cubiertos por la nube, inmersos en la presencia de Dios, vibrando, contemplando la Transfiguración de Jesús. Y de pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús a su lado.

   Lo sucedido, no deben contarlo a nadie hasta que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos. Y se preguntaban qué significaba resucitar de entre los muertos.

   Compromiso:
   Acostumbrarse a hacer oración no sólo vocal, sino de meditación, y de decirle a Dios que lo amamos.

martes, 21 de febrero de 2012

I Domingo de Cuaresma. Ciclo B. 26/02/2012. Marcos, 1, 12-15

   Este evangelio tiene dos partes, la estancia de Jesús en el desierto y la llegada a Galilea para proclamar el reino de Dios. La primera parte contiene un valor figurado y teológico de importancia que nos hace contemplar a Jesús como un ser extraordinario. Cuando el evangelista Marcos emplea el lenguaje figurado, es decir, que no podemos tomarlo al pie de la letra, es para calar mucho más profundamente en la persona de Jesús y en su mensaje. Esto es lo que sucede con la lectura evangélica de hoy.

   "El Espíritu empujó a Jesús al desierto". Empujar es una metáfora para indicarnos el impulso irresistible que experimenta Jesús, ya que el Espíritu es un constituyente del mismo. Este desierto al que es empujado Jesús, no es un desierto real, es la tentación permanente, es un desierto figurado.

   El número cuarenta es muy usado en el Antiguo Testamento. Alude, sobre todo, a los cuarenta años que el pueblo judío estuvo en el desierto después de  la salida de Egipto, hasta llegar a la tierra prometida. En este pasaje evangélico, los cuarenta días por el desierto no hacen referencia a un tiempo exacto, sino al tiempo de un peregrinar por esta vida.

   Jesús acaba de recibir el bautismo de Juan. Allí, su compromiso ha sido total. Vió que se rasgaban los cielos y le llamaba Dios diciéndole "Tú eres mi Hijo, el amado". Pero, las dificultades que tendrá Jesús para cumplir su compromiso van a ser muy grandes. Muy difíciles de superar. La permanencia de Jesús en el desierto es figura de su firmeza en romper con los valores de la sociedad de su época. La sociedad necesita un cambio profundo y el desierto era tradicionalmente el lugar donde se reunían los agitadores con pretensiones mesiánicas. La tentación propia del desierto es la del cabecilla que alista secuaces. Satanás en el desierto representa pues la ideología del poder. Jesús no cae en esta trampa. El reino de Dios no se construye con este tipo de violencia, no se construye por las armas, matando.

   Las fieras son un complemento de Satanás. Ambos pueden representar poderes opresores, sean religiosos o políticos. Unos actúan desde el interior y otros desde el exterior del hombre.

   Los ángeles no son en Marcos, necesariamente ángeles. Pueden ser hombres como lo es el ángel mensajero o Juan Bautista (Mc. 1,2). Los ángeles, satanás y las fieras, están en el desierto, donde Jesús. Pero, los ángeles representan un grupo humano determinado que colabora con Jesús. Lo admite la traducción del griego. Son los que, por su adhesión a Jesús, le ayudan en su tarea y colaboran en su misión. La escena termina sin mencionar que Jesús salga del desierto, porque en el desierto va a estar toda su vida, hasta la muerte.

   Compromiso:
   Ser un ángel para Jesús. Colaborar con él.

martes, 14 de febrero de 2012

VII Domingo del Tiempo Ordinario. 19/02/2012. Ciclo B. Marcos, 2,1-12

   De nuevo Jesús se encuentra en Cafarnaún y, pasados unos días, se supo que estaba en casa. Esta casa no es la de Jesús. Aquí, casa tiene un significado especial. Es una casa que se abarrota de gente, ya no caben ni a la puerta. Por esto y otras razones, esta casa es un lugar a donde la gente acude como si fuera la sinagoga. Es la casa común de todos los israelitas de Cafarnaum. Es la casa llamada de Israel, considerada como  propia por todos los israelitas.

   Aquí, empieza una nueva temática del mensaje de Jesús. Si, con el leproso del domingo anterior, Jesús trata de derribar la discriminación que producen las prescripciones sobre la impureza, a pesar de ser la doctrina oficial considerada de origen divino, ahora el mensaje va a ser otro. No sólo los hijos de Israel tienen acceso al reino de Dios. Todo el mundo, todos los no israelitas, es decir, todos los paganos, tienen el mismo derecho a ser del reino de Dios. Jesús va a formular este mensaje a través de una narración.

   El paralítico y sus portadores son figuras que representan el mensaje. Hay un anonimato de los personajes y una ausencia de datos sobre los mismos. Además, es, a todas luces, un hecho irreal, imaginario, subir al tejado y "destechar el techo" como dice el texto griego. Además, a pesar de estar tan abarrotado que el paralítico no pudo entrar por la puerta, ahora sale entre la gente con su camilla. Es, pues, la representación de un mensaje.

   Un dato importante para la interpretación de este relato evangélico del paralítico es el número cuatro. Dice el texto: "Llegaron cuatro llevando un paralítico". El paralítico es un personaje anónimo y sin voz, es el inválido total. Los portadores son también anónimos y sin habla. El número cuatro tiene un simbolismo bien conocido. Representa los cuatro puntos cardinales y, por tanto, el mundo y la humanidad entera. En el Antiguo Testamento y en las culturas paganas de la época, este número expresa totalidad y universalidad. Jesús ya no se dirige sólo a los de Israel, sino a la humanidad entera. El reino de Dios se ofrece a todo el mundo. El paralítico es figura de toda la humanidad pecadora.

   El episodio es, por tanto, programático. Presenta a Jesús como salvador de todos, no sólo de Israel. "Viendo Jesús la fe de ellos, le dice al paralítico: Hijo, se te perdonan tus pecados". Como vemos, la primera palabra de Jesús es "Hijo". Para él, los paganos son tan hijos de Dios como los israelitas, que son los únicos que se consideraban con ese derecho.

   Y los letrados presentes afirman de Jesús: "¡Está blasfemando! ¿Quién puede perdonar los pecados sino sólo Dios?" Lo que contradecía la doctrina oficial era blasfemia. Para demostrar que él tiene el poder de perdonar pecados le dice al paralítico: "Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa".

   Compromiso:
   Cambiar de mentalidad y considerar que Dios ama de verdad aún a aquellos que no lo conocen o no lo quieren.

lunes, 6 de febrero de 2012

VI Domingo del Tiempo Ordinario. 12/02/2012. Ciclo B. Marcos, 1,40-45

   Este evangelio trata de la curación de un leproso. La lepra, en el Antiguo Testamento y en tiempos de Jesús, no tenía el sentido actual de una enfermedad muy concreta. Se refería a diversas enfermedades de la piel, visibles y repugnantes como pueden ser llagas, sarna o tiña. Este tipo de enfermedad hacía impura a la persona afectada y lo separaba de Dios, lógicamente con gran tristeza para el enfermo religioso y practicante. En este sentido, Jesús va a sacudir los cimientos teológicos del judaísmo y a presentar su alternativa.

   El leproso es el prototipo de la marginación e, intencionadamente, el evangelista Marcos lo pone al comienzo de su relato. No pide a Jesús que lo toque, com esperando recibir una virtud creadora. Simplemente le suplica y le dice: "Si quieres puedes" equiparándolo a Dios. Desea que elimine el obstáculo que no le permite acercarse a Dios y le priva de su amor. Esto es lo importante para este leproso.

   En este relato evangélico nunca se menciona el verbo curar, que nos haría fijarnos en el aspecto físico de la enfermedad de la lepra. Se usa la palabra limpiar/purificar, subrayando el aspecto religioso. Es lo que le interesa al leproso de aquí: conseguir la relación con Dios. Con un Dios al que los hombres quieren manipular y presentarlo como quien rechaza al hombre enfermo o que atraviesa determinadas situaciones.

   Jesús quiere sacar de la opresión a los marginados por la propia religión judía. Según esta, el leproso violó la ley por acercarse a Jesús, pero también Jesús la violó por tocarlo. La ley religiosa prohibía las dos cosas. Jesús coge de la mano al leproso y éste queda limpio. Sin embargo, una vez curado, Jesús lo riñe. Y nos preguntamos: ¿Por qué lo riñe? Esta traducción no se recoge en la lectura evangélica de hoy, pero es así según el texto griego.

   Es muy difícil quitar un prejuicio religioso, metido por la institución religiosa regida por hombres, pero que no tiene vigencia ante Dios. Esta puede ser la razón por la que Jesús riñe al leproso. Aunque este se siente curado, sin embargo, sigue creyendo que antes Dios lo rechazaba por su impureza de lepra. Es necesario que vaya tomando conciencia de que las cosas no son así. Dios obra de manera muy distinta a como a veces pensamos los hombres. Por eso Jesús ordena al leproso presentarse ante los sacerdotes, pero otra vez el texto litúrgico presenta una mala traducción. Debería ser así: "Vete a que te examine el sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés como prueba contra ellos".
  
   No se trataba de un simple presentarse al sacerdote, sino que el leproso debía ser exhaustivamente examinado por él, para poder extender el certificado de curación, y después debía cumplir unos ritos muy complicados y ofrecer sacrificios.

   Jesús lo manda al sacerdote, no para que conste su curación, como dice el texto de la misa, sino como prueba contra ellos, contra los que sostienen dicha legislación, aunque sea una legislación religiosa.

   Compromiso:
   Posiblemente, en el cristianismo considero que hay alguna ley o mandato puramente humano. Debo obrar ante él con la libertad que tenemos los hijos de Dios.

 
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