martes, 9 de diciembre de 2014

III Domingo de Adviento. Ciclo B. 14/12/2014. Juan, 1, 6-8. 19-28

   Con la primera lectura (Isaías 61, 1-2a. 10-11) se nos presenta una realidad cierta para todo cristiano. Afirma Isaías que el Espíritu del Señor está sobre él, porque el Señor lo ha ungido y lo ha enviado para dar la buena noticia. Así, todos los cristianos católicos o no, hemos sido ungidos por Dios que nos ha enviado para dar la buena noticia del evangelio a todo el mundo. Los cristianos que se decidan a salir de la iglesia y hablar de Dios a la gente, desbordarán de gozo con el Señor y se alegrarán con Dios. Magnifica lección de esta  primera lectura de la misa.

   La segunda lectura se toma de la 1ª carta a los Tesalonicenses. Es el escrito más antiguo del Nuevo Testamento, más antiguo que los evangelios. La escribió el apóstol Pablo. El primer consejo de la lectura de hoy (5, 16-24) es que tengamos constancia en el orar. La oración es fundamental para un cristiano, y debía ser el aliento de toda parroquia, de todo grupo y de toda familia cristiana. Es necesario lanzar fuera, del edificio de la iglesia, verdaderas campañas de oración animando y enseñando a orar. Es obligación de todos.

   Debemos dar gracias a Dios por todo y no apagar el espíritu que hay en nosotros. Todo es fruto de la oración y, a la vez, conduce a la oración, pues todo es regalo de Dios.

   El evangelio comienza con la presentación de Juan el Bautista, predicador que daba testimonio de la luz a fin de que todos llegaran a la fe. Juan no era la luz, sino que era testigo de esa luz. Tampoco nosotros somos la luz, pero sí somos testigos de esa luz que es Cristo. O, al menos debemos ser.

   En este evangelio, se afirma que Juan bautizaba con agua. Pero un agua que no dice relación al Espíritu Santo. Un Espíritu que no se recibe con el bautismo de Juan. Se recibe cuando nos hacemos discípulos de Cristo, creyendo en El y comprometiéndonos por el bautismo.

   Como nos dice Pablo en la segunda lectura, no debemos apagar ese espíritu que hemos recibido. Acabaremos apagándolo si dejamos de vivir una vida de oración y no transmitimos a los demás el evangelio.

   Compromiso:
   Empezar a tener vida de oración, diciendo varias veces al día: "Dios mío te amo".

 
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