martes, 15 de marzo de 2011

Domingo II de Cuaresma. 20/03/2011. Ciclo A. Mateo, 17,1-9

   Evangelio de la trasfiguración de Jesús. Podemos preguntarnos en qué lugar sucedió. Es una cuestión que no está clara. La tradición cristiana la sitúa en el monte Tabor, en Galilea. Este sería el monte alto, apartado, del que nos habla el evangelio de hoy. Pero, surgen problemas. Sin duda, la transfiguración del Señor se realizó en un lugar íntimo, apartado, aislado, condiciones que hoy sabemos que no se daban en el monte Tabor. En efecto, en dicho monte, existía un castillo cuartel de los soldados romanos, lo que no propiciaba intimidad. Hoy en día son muchos los entretenidos que se pronuncian por el monte Hermón, al norte de Transjordania, no lejos del mar de Galilea. Las cumbres nevadas del Hermón constituyen una vista preciosa. ¡Qué las cumbres nevadas que podamos contemplar en nuestro entorno, nos traigan el recuerdo de la maravillosa escena de la transfiguración!

   Para acercarnos a la comprensión y al significado de la transfiguración del Señor, es necesario situarnos en las vivencias del pueblo judío. Nunca debemos olvidar que Jesús vive inmerso en la cultura, en la mentalidad, en las experiencias y vivencias de los judíos de la época. Jesús tiene, sin duda, sus experiencias místicas, como otros místicos judíos, porque Jesús es un hombre de mucha oración y de vivencias religiosas profundas. Jamás sabremos como se conjugan las vivencias de un Dios que se encarnó en ser humano. Por eso, me refiero a Jesús como hombre. Entre los judíos que viven en el monasterio de Qumrán hay verdaderos místicos. El apóstol Pablo nos cuenta cómo él fue arrebatado al cielo y escuchó secretos divinos (2 Corintios 12,1-7). Fue, sin duda, una experiencia mística.

   Algunos exégetas y teólogos afirman que también Jesús sufrió ese mismo tipo de experiencia religiosa frecuente entre los judíos que vivían su fe. La experiencia de la transfiguración sería una importante comprobación de lo mismo.

   Pedro, Santiago y Juan contemplan el rostro de Jesús resplandeciente como el sol. Es la expresión de un rostro que brilla en la experiencia mística de su íntimo contacto con Dios. Los judíos viven mejor la presencia de Dios en la altura de la montaña. Quizá Pedro, Santiago y Juan se introducen también en la experiencia mística contemplando la transfiguración del Señor. Las personas de oración contagian por su fe y su humanidad.

   En la escena aparecen Moisés y Elías  que representan la ley y los profetas. Pero estos ya no cuentan gran cosa. Una nube luminosa, que es el resplandor de Dios en el lenguaje judío, deja que se oiga: "Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo". Esta es la gran lección que la primera comunidad cristiana desea transmitirnos.

   Compromiso:
   Seamos personas de oración profunda, que no esté escrita, sino que salga del interior, de lo más profundo de nuestra alma. Esto no quiere decir que despreciemos las oraciones escritas. La oración, si es sincera, nos llevará a la acción cristiana y humana.

 
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