lunes, 28 de noviembre de 2016

II Domingo de Adviento. Ciclo A. 4/12/2016. Mateo 3,1-12

   En las lecturas bíblicas de este domingo se nos presenta a un Dios y un Jesús conectados con la creación y la humanidad. Nunca hubo una desconexión entre Dios y la humanidad, y Jesús quiso que la gente recurriese a la presencia permanente de Dios, creando su reino de paz. Dios está presente en todos nosotros, tanto si somos conscientes de ello como si no.

   Como frase a memorizar escogemos de la carta a los Romanos (15,4): "entre nuestra paciencia y consuelo que nos da la Biblia, mantengamos firme nuestra esperanza".

   La primera lectura (Isaías 11,1-10) nos plantea una pregunta: ¿la vara que nace del tronco de Isaías se refiere a un rey terrenal, en la línea de David, al Mesías Jesús o a ambos a la vez?

   Para Pablo se refiere al futuro Mesías en Romanos 15,12. Las dos interpretaciones son posibles. El vástago es referible a un rey davídico y al Mesías. Es un pasaje que se puede aplicar a la historia de Israel y también como una profecía mesiánica. En cualquiera de las dos formas es obra de Dios, a quien estamos permanentemente conectados y cuya presencia debemos reconocer continuamente.

   En esa misma línea debemos leer Romanos 15,4-9. Comienza diciendo que todas las antiguas Escrituras (o Biblia) se escribieron para enseñanza nuestra. Es Palabra de Dios, decimos en la misa. Es algo que todos los católicos debemos de reconocer, tener en casa y leerla con frecuencia. Como no lo hemos hecho en general, debemos arrepentirnos de ello y volver al redil. Alegra saber que el Papa Francisco desea que se establezca en toda la Iglesia el día de la Biblia.

   El evangelio nos presenta toda una predicación de Juan Bautista, desde el principio hasta el final. Debemos aprovechar dicho sermón como preparación para las fiestas de Navidad. Es necesario confesar nuestros pecados, es decir, reconocerlos ante Dios y convertirnos de verdad, aunque, por nuestra debilidad volvamos a caer. La confesión ante un sacerdote no empezó hasta los años 1000, no es mandato de Jesús. Lo principal es que Dios nos vea arrepentidos y que demos el fruto que pide la conversión.

   Detrás de Juan el Bautista, aparece Jesús que bautiza con Espíritu Santo y fuego. Esto es lo más importante. No es un hablar por hablar. El Espíritu Santo se refiere al poder de Dios en acción, actuando en nosotros, dentro de nosotros. Es también la acción de Dios en todo el mundo. Todos estamos conectados con El. Todos tenemos un contacto personal con él y lo experimentamos en muchos momentos de nuestra vida: cuando ayudamos al prójimo, cuando hacemos el bien, cuando hacemos oración, cuando comulgamos recibiéndolo en nuestro corazón,...

   Compromiso:
   ¿Qué harás para estar conectado con Dios? Será una forma de hacer oración

miércoles, 23 de noviembre de 2016

I Domingo de Adviento. Ciclo A. 27/11/2016. Mateo 24,37-44

   Hoy comenzamos un nuevo año litúrgico y un nuevo ciclo, el ciclo A. Las lecturas nos hacen recorrer la historia de cada uno según el plan de Dios, dirigiéndonos al final de los tiempos, donde Dios se nos aparecerá en todo su esplendor. Este es el aire puro que se nos manifiesta en este día. Respiremos profundamente y empapémonos de él.

   La frase que nos viene bien memorizar, tomada de la primera lectura, Isaías 2,2, dice: "La montaña de la casa del Señor es la cumbre de las montañas".

   Enlazamos así con la primera lectura (Isaías 2,1-5). En ella, la palabra monte o montaña aparece cuatro veces. Para los judíos, los altos, las montañas, son lugares donde se vive la presencia de Dios. Entre nosotros, muchas personas al llegar a un lugar alto, a la cima de una montaña, sienten también la presencia de Dios. Es algo bastante común a las personas creyentes. Y ese Señor Dios, cuya cercanía vivimos, no nos abandonará jamás después de nuestra muerte. La paz será su gran regalo, transformando las espadas en arados y caminaremos a la luz del Señor.

   La carta a los Romanos (13,11-14a) afirma que nuestra salvación está más cerca que cuando empezamos a creer. En consecuencia, debemos andar como se anda de día, pues pertenecemos al reino de la luz.

   El evangelio de hoy está escrito en género apocalíptico. Jesús recordó poco antes, lo que ya había sucedido: la destrucción del templo. Este hecho fue tan estremecedor para los judíos, que les llevó a preguntarse sobre el fin del mundo. A lo largo del capítulo evangélico que comentamos y del siguiente, Jesús nos dice que debemos estar preparados para cuando llegue  nuestro fin. No debemos pensar solamente en comer y beber, en casarse y dar en matrimonio. Por esto nadie puede culparnos. Pero, no debemos estar tan metidos en la rutina diaria que no nos paremos a pensar para nada en nuestra vida espiritual. Aquí está la clave. Podemos buscar la felicidad en esta vida. La felicidad en el cuerpo y en el alma. Pero sin olvidar nuestra vida de relación con Dios en las alegrías y en las penas.

   Preparémonos pues, para la venida del Señor. Adviento es una preparación para la Navidad. Aprovecha para dar lo que corresponde a tu vida espiritual. De esta manera, estarás preparado para cuando llegue el Señor al final de tu vida. Es algo que puede llegar en cualquier momento. No avisa.

   Compromiso: 
   Haz todo lo que, espiritualmente, te evoca el monte, la montaña.

lunes, 14 de noviembre de 2016

XXXIV Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo C. 20/11/2016. Lucas 23,35-43

   Hoy, celebramos la culminación del año litúrgico. Cristo es, para nosotros el centro de la historia de cada hombre. Por esta razón, es la fiesta de Jesucristo rey del universo. En torno a ello, giran las tres lecturas de la misa. Para interiorizarlo, recordemos o memoricemos lo siguiente: "El, Cristo, es también la cabeza del cuerpo, es decir, de la Iglesia (Colosenses, 1,18 )".

   El segundo libro de Samuel (5,1-3) nos habla de la unión de David como rey de Israel. Se trata de una figura referida a Cristo como Rey. Si las tribus de Israel eran "Hueso y carne de David", eso mismo debemos ser nosotros de Cristo nuestro rey de verdad. El es nuestro pastor de verdad, nuestro rey, y él ha hecho un pacto con todos nosotros.

   La lectura de la carta de Pablo a los Colosenses (1,12-20) está rebosante de doctrina sobre lo que representa el reinado de Jesús. El teólogo Rahner dice que la fe está basada en un contacto personal con Cristo. Eso mismo dice con otras palabras la lectura de Colosenses: "Dios nos ha sacado del dominio de las tinieblas y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido". Esta es una experiencia cristiana, resultado de un contacto con Cristo y es una realidad.

   Para empezar la asimilación del evangelio hagamos una invocación al Espíritu Santo y pidamos su luz y su inspiración para abrirnos dócilmente a su Palabra.

   Los judíos esperaban un Mesías triunfante y poderoso. Sin embargo, en la lectura evangélica de hoy descubrimos de qué manera Cristo es Rey. Es muy importante comprenderlo bien, pues de ello puede depender la calidad de nuestra vida cristiana. En efecto, a veces, nos apuran tanto el dolor y el sufrimiento, ante situaciones de enfermedad y de muerte, por ejemplo, que nos sentimos abandonados por Dios, tan dejados de su mano, que terminamos enfadándonos con El y dejando toda práctica religiosa. No hemos asimilado los sufrimientos y la muerte de Cristo Rey, cuya fiesta celebramos hoy.

   Los soldados que están junto a Jesús, se burlan de él y le dicen: "Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo". Y uno de los ladrones le espeta: "¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros". Es el razonamiento del que no entiende los misterios de Dios.

   Es verdad que no podemos comprender muchas cosas. Por eso es necesario aprovechar los malos momentos para hacer oración e ir aprendiendo a echarnos en las manos de Dios, suceda lo que suceda. Debemos olvidar algo las oraciones hechas y hablar directamente con Dios, diciendo lo que nos salga del corazón.

   Compromiso:
   Primero, echarnos de verdad en las manos de Dios.
   Segundo, hacer oración personal.

lunes, 7 de noviembre de 2016

XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo C. 13/11/2016. Lucas 21,5-19

En este domingo, se nos habla del futuro triunfo de la justicia divina. Será el día, "aquel día", en que actuará el Señor. La destrucción del Templo está presente en dos lecturas. Y, con templo o sin templo, los creyentes estamos siempre en las manos de Dios.

   Interiorizar la enseñanza de este domingo memorizando lo siguiente: "Todos os odiarán por causa de mi nombre. pero, ni un sólo cabello de vuestra cabeza perecerá (Lucas 21)".

   La primera lectura se toma del libro de Malaquías (3,19-20a). Malaquías es un profeta del siglo V antes de Cristo. Lleva a término su misión alrededor del año 445 antes de Cristo. En su época, aparece una falta de confianza en el Dios de la salvación, creciendo la indiferencia en la vida religiosa y moral, siendo escasa la gente que acude a los cultos del Templo. Es una situación muy similar a la de hoy día. Sin embargo, para los que honran a Dios y cumplen su ley de amar al prójimo, saldrá un sol de justicia que los iluminará y que llevará la salud en sus alas.

   La segunda carta de Pablo a los Tesalonicenses (3,7-12) es de total aplicación a los sacerdotes que quieran seguir el ejemplo de Pablo. El apóstol predicaba y extendió el evangelio de Cristo por numerosos lugares, pero vivía de un trabajo suyo, elaborando tiendas de campaña. Es, en cierto sentido, la expresión del pensamiento del papa Francisco que afirma que no debe pedirse dinero por las cosas sagradas, como son los sacramentos.

   El evangelio tiene como centro el Templo de Jerusalén y su gran belleza. Afirma Josefo que los lados del Templo estaban cubiertos de grandes planchas de oro que irradiaban como una bola de fuego cuando salía el sol, y la gente que lo miraba tenía que apartar la vista por la fuerza del reflejo. Pero, detrás de tanta belleza existe una gran bancarrota espiritual, hipocresía, opresión, rechazo hacia Jesús, al evangelio, como se en otros capítulos del mismo. Y este proceder de los hombres, llenos de maldad, nos llevará a guerras y revoluciones, a epidemias y hambres. Echarán mano a los que somos creyentes, nos perseguirán, nos llevarán a los tribunales y nos meterán en la cárcel. Seremos odiados por causa de llevar el nombre de Cristo. Pero, afirma Jesús que ni un  cabello de nuestra cabeza perecerá. Merece la pena ser fieles a Dios hasta el final.

   Como se decía al comentar la primera lectura, hoy existe una situación muy similar a la de los tiempos de Malaquías, pero también a la que se nos pinta en el evangelio de hoy. Un cristianismo mortecino, al menos en nuestra vieja Europa, es lo que nos toca contemplar, amén de unas guerras crueles donde se decapitan personas sin el menor temor de Dios, simplemente por ser de otra religión. En este caso, por ser cristianos. Aprendamos de estos creyentes a ser siempre fieles a Dios.

   Compromiso:
   ¿Qué te parece lo más fuerte de este comentario? ¿Qué lección puedes sacar?

miércoles, 2 de noviembre de 2016

XXXII Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo C. 6/11/2016. Lucas 20, 27-38

   Lo que une las lecturas de este domingo no es solamente la realidad de la muerte y la nueva vida, sino la gran actualidad de las mismas por la cantidad de mártires que, hoy día, dan la vida al no renunciar al tesoro de la fe. Además, son de un gran valor para empezar nuestra alfabetización teológica que tanto necesitamos.

   Para interiorizar nuestra fe, repitamos de memoria y, a menudo, la siguiente frase de 2 Macabeos: "Vale la pena morir a manos de los hombres - por testimoniar la fe - cuando se espera que Dios mismo nos resucitará" (7,14).

   La primera lectura (2 Macabeos 7,1-2.9-14) nos presenta a siete hermanos con su madre. Como sucede actualmente, en que gran número de cristianos se ven obligados a dar la vida por ser fieles a Dios y testigos de Cristo, los siete hermanos macabeos y su madre son torturados y asesinados por su fe en Dios. Esto sucede con el rey Antioco IV por los años 170 antes de Cristo.

   Pablo, en la segunda Carta a los Tesalonicenses, nos recuerda la gran esperanza que nos da Cristo y que ella, como obra de Dios, nos consuela internamente. Una importante afirmación es que la fe no es de todos. Por eso, decimos que la fe es un don de Dios, un regalo suyo, sí, pero debemos pedirla, sobre todo, echándonos en las manos de Dios.

   En el evangelio, los fariseos que no admitían la resurrección, tratan de poner a Jesús en un aprieto. Le plantean una dificultad que, aparentemente, pueda dejarlo en un gran ridículo. Le dicen: Una mujer tuvo siete maridos, que fueron muriendo sucesivamente. Y le preguntan: "¿De cuál de ellos será esposa dicha mujer cuando, después de muerta, resucite?" "Pues, los siete han estado casados con ella".

   Jesús responde afirmando que los resucitados serán como ángeles, y por lo tanto, no se casarán. Es una respuesta teológica acertadísima. Además, añade otra razón de una gran profundidad. Afirmamos que Dios es el Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob. Pero, estos personajes ya habían muerto. Y, sin embargo, Dios sigue siendo su Dios y Dios no es Dios de muertos, sino de vivos. Para Dios todos están vivos. No con la vida terrena, sino con una vida angélica, espiritual.

   Con el lenguaje de Pablo, y con la segunda lectura en nuestra mente, podemos afirmar que la gran esperanza que Dios ha depositado en nosotros, será plenamente eficaz y no quedaremos disueltos en la nada. El Señor será nuestro Dios para siempre, porque siempre viviremos.

   Compromiso:
   Piensa: tu fe ¿te dispone a dar tu vida por fidelidad a Cristo, si te vieses en tal tesitura?

 
Licencia de Creative Commons
Teología Ovetense by longoria is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-SinObraDerivada 3.0 Unported License.