jueves, 9 de septiembre de 2010

Domingo XXIV del Tiempo Ordinario. 12-9-2010. Lucas 15, 1-10

Hoy aparece Jesús comiendo con publicanos y pecadores que acuden a escucharle. Por estas cosas, los fariseos y los escribas lo criticaban. Ciertamente, ¿cómo puede acoger a publicanos y pecadores sin ponerles condición alguna?. Ningún profeta había actuado así. Seguramente hoy ninguna comunidad cristiana obrará con esa tolerancia.

Los publicanos eran los que se sentaban en los puestos de cobro para recaudar los impuestos en los peajes y aduanas. Eran conceptuados como ladrones y gente poco honesta. Un grupo considerado como de pecadores y desprestigiados socialmente. Sería equivalente al grupo de prostitutas en el campo de las mujeres. En cuanto a los pecadores, eran aquellos que tenían una actuación o profesión que exigía el rechazo a Dios.

Este trato de Jesús con los pecadores de aquella época nos hace ver que es necesario implantar la misericordia en las familias, entre las gentes y dentro mismo del sistema religioso, de la Iglesia, desterrando todo autoritarismo y restableciendo el sentido evangélico.

En cuanto a la parábola del buen pastor, pensamos que cómo puede un pastor insensato ser metáfora de Dios. ¿No es demasiado arriesgado abandonar el rebaño para ir en busca de una oveja perdida? Y, sobre todo, viendo que la oveja no hace nada por volver al redil. Es que Dios busca recuperar a los pecadores, incluso antes de que den signos de arrepentimiento. Parece que la vuelta del pecador no se debe a su conversión, sino a la gran misericordia de Dios. Para pertenecer a Cristo es importante sentir como nuestra la preocupación de Dios por los perdidos e ir en su busca. A menudo podemos hacer más de lo que pensamos. A veces, una sencilla conversación puede crear inquietudes. Y, en estos casos, debemos aprender a compartir la alegría de Jesús cuando encuentra y echa sobre sus hombros a la oveja perdida.

La parábola de la moneda perdida, seguramente un denario, es lo que ganaba un obrero en un día de trabajo. La mujer no se resigna a perderla. Enciende un candil porque su casa no tiene mucha luz, carece de ventanas. Barre la casa y por fin la encuentra. Sale al patio común, donde se ve siempre con las demás vecinas, y les comunica la buena noticia. Nos preguntamos: ¿será verdad que los pecadores, que tan poco valor tienen para algunos líderes religiosos, son tan queridos por Dios?

Compromiso: tener el valor de sacar alguna conversación de tipo espiritual e ir reconduciéndola hacia Dios.

 
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