miércoles, 16 de diciembre de 2020

IV Domingo de Adviento. 20-12-2020. Lucas 1,26-38

    Cada vez nos vamos acercando más a la Navidad, llegando hoy al último domingo de Adviento, último domingo de preparación para celebrar la fiesta del nacimiento de nuestro Señor Jesucristo: ¡La Navidad!

   La primera lectura de la misa nos invita a unirnos verdaderamente a Dios. Estamos tan poco acostumbrados a leer y meditar la palabra de Dios que, a menudo se nos escapan detalles importantes para nuestra vida espiritual. 

   En el segundo libro bíblico de Samuel 7,12-16 el Señor anucia que va a construir una casa a David. Pero, será cuando se cumplan sus días y repose con sus padres. Entonces, Dios le suscitará descendencia. Nosotros estamos acostumbrados a esperar cosas de Dios en esta vida. Pensamos que es cuando las necesitamos. Porque después  de muertos ya... y sin embargo, David debe esperar para cuando se haya muerto.

   Así son las cosas de Dios, de nuestro buen Dios que de verdad nunca nos abandona. Pero, sus conceptos son distintos a los nuestros. La solución es aprender a hecharnos en los brazos de Dios y ¡hágase su voluntad! Sin embargo, esto no nos libera de saber hacer una oración de petición. Una oración de pedirle cosas a Dios. Él sabe mejor que nosotros lo que nos viene bien en cada momento. Confiemos en Él.

   La segunda lectura se toma de la carta a los romanos, 16,25-27. La venida de Jesucristo, la revelación del secreto, se ha mantenido en silencio durante siglos eternos y se ha manifestado después de miles de años que existe el mundo. Y ha sido para que todas las gentes llegemos al conocimiento de la verdad, a la obediencia de la fe; a Dios, el único sabio, a Él la gloria por los siglos. Amén.

   Lucas 1,26-38 nos trae la lectura evangélica de hoy. Ante ella cobran vida y comprensión las palabras de la primera lectura. En la aparición del ángel Gabriel a la virgen María, ella le pregunta al ángel cómo puede ser todo lo que le anuncia. El ángel le contesta: el Espíritu Santo vendrá sobre tí y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que de tí va a nacer se llamará Hijo de Dios.

   Leyendo este evangelio parece todo muy sencillo, y de verdad que lo es. Pero, en el fondo, hay un caudal enorme de fe. Es la fe de María. La fe en Dios, en nuestro Dios, en el Dios de todos. Es y no es la fe ciega. Es la fe del que se echa en manos de Dios y que sea lo que Él quiera. Y, aunque parezca que no es fe, es verdadera fe. Hay, en lo más íntimo de nosotros, una confianza grande en Dios, obre como obre. En una palabra, nos dejamos estar en las manos de Dios y Él obrará cuando menos pensemos. Y cuando actúe lo sabremos. Nos lo hará ver. Pero aunque parezca un contrasentido, a la vez, debemos ser unos cristianos activos, comprometidos, trabajando por la extensión del reino de Dios.


   Compromiso: Trabajemos nuestra fe.

 
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