miércoles, 2 de noviembre de 2011

Domingo XXXII del Tiempo Ordinario. Ciclo A. 06/11/2011. Mateo 25,1-13

   En buena traducción, el evangelio de hoy comienza con la palabra "Entonces", que nos pone en relación con el momento anterior, es decir con el tema del que se empieza a hablar en el capítulo 24 del evangelio. Se trata de que Jesús expuso a los discípulos las dificultades que tendrán que superar en la época que precede y que sigue a la destrucción del templo de Jerusalén. En esta línea, en la parábola de hoy insiste Jesús en que la muerte del discípulo es el fruto de su vida. Para comprender esta enseñanza de la parábola de las diez muchachas que cogieron sus candiles y salieron a recibir al novio, no podemos perder de vista la situación en que Jesús la cuenta. Es un momento de fuerte prueba y de gran persecución que lleva a la muerte. Esta es la ambientación del evangelio de hoy.

   Dicho lo anterior, adquiere una gran luz la interpretación de la parábola de las diez muchachas de hoy. La figura del novio o esposo es Jesús mismo (Mateo 9,15). Las muchachas se preparan para recibir a su novio cuando llegue, es decir, a Jesús. Todas ellas escuchan el mensaje, pero unas lo traducen a la vida y las otras no. Cuando arrecian las persecuciones, no se puede dejar para el último momento el disponerse a dar la vida, si es necesario, para ser fieles a Dios hasta el final. El novio llega en el momento de la persecución y de la muerte con su brazo salvador. Es el abrazo místico del Salvador. Es la maravillosa experiencia de mártires dados por muertos y que han tenido tiempo después de relatárnosla. Es la muerte que nos trae la salvación de Jesús, del novio.

   Nos dice Jesús: "Estad en vela, que no sabéis el día ni la hora". Y nos lo dice refiriéndose a un tiempo de fuerte persecución religiosa. Es aquí donde hay que encuadrar el evangelio de este domingo. Con cierta frecuencia conviene que nos pongamos en una situaciación similar. ¿Estaríamos dispuestos a perder la vida antes que renegar de Dios, de Cristo? Esta es la piedra de toque para examinar la seriedad y profundidad de nuestra fe. Debemos fortalecer continuamente nuestra fe para que, estando consolidada, sea capaz de resistir los embates duros que un día puedan llegarle. Debemos estar llenos del aceite, del bálsamo de nuestra fe.

   Nosotros, que pertenecemos a la comunidad cristiana, ojalá que no tengamos que oir aquellas palabras de "Os aseguro que no sé quiénes sois" como respuesta a nuestra llamada: "Señor, señor, ábrenos".

   Compromiso:
   Pídele al Señor que fortalezca tu fe y que seas capaz de serle fiel aún en los momentos más duros de una persecución religiosa.

 
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