martes, 2 de febrero de 2016

V Semana del Tiempo Ordinario. Ciclo C. 7/2/2016. Lucas 5,1,1-11

   En las tres lecturas del presente domingo, se trata de llevar el mensaje de Dios a los hombres como en el domingo anterior. Ojalá esta idea, o mejor este mensaje divino, penetrase íntimamente en lo más íntimo del corazón de los hombres. Todos estamos obligados a hablar de Dios a nosotros mismos en la intimidad y a las demás personas.

   La primera lectura (Isaías, 6,1-2a.3,8) nos presenta al profeta Isaías en medio de una ceremonia litúrgica, envuelta en el humo del incienso. En ella, el Señor pregunta: "¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mí?" Es la misma pregunta que, a menudo, Dios hace a cada uno de nosotros. El profeta responde con prontitud: aquí estoy, mándame. Motivo de examen para cada uno de nosotros.

   En 1 Corintios (15,1-11) Pablo nos explica como proclamó el evangelio hablando de Cristo muerto y resucitado. La predicación de Pablo parte de que, como a un aborto, Cristo se le apareció y él agradecido, se lanzó a predicar sin descanso.

   La acción del evangelio se desarrolla en el lago de Genesaret, también llamado mar de Galilea o mar de Tiberíades, pero en el original hebreo, es decir en el Antiguo Testamento, es el lago Kinéret, por tener la forma de un determinado instrumento musical de cuerda. Es el lago desde dónde Jesús ha predicado muchas veces, subido a una barca.

   Esta lectura evangélica se desarrolla en dos partes: la pesca de una gran redada de peces y el mandato a Simón de ser pescador de hombres. Se aprovecha la gran pesca como metáfora de la época, para referirla al hacer seguidores del movimiento que inicia Cristo. Pero, Pedro, en un principio, se siente gran pecador y pide al Señor que se aparte de él. También el profeta de la primera lectura, es un pecador y necesita ser purificado con un tizón hecho brasa.

   De verdad que ningún cristiano, sea o no sea sacerdote, es apto para hablar de Dios o de Cristo, porque todos somos pecadores. Pero, Dios, en su infinita misericordia, nos purifica y nos envía a que las gentes conozcan y se acerquen a Dios y a su enviado Cristo. El mundo necesita conocer, vivir y calar en el mensaje evangélico. Y todos tenemos la obligación de hacerlo. El mismo hablar de Dios o de Jesús o el mismo transmitir el mensaje evangélico nos purifica de nuestros pecados. Pero, debemos hacerlo por ser voluntad de Dios y porque amamos de verdad al hermano.

   Compromiso:
   Buscar en un mapa el lago al que se refiere este evangelio e imaginarse a Jesús predicando desde una barca. ¿Qué te diría? Mantén un diálogo con él.

 
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