lunes, 18 de julio de 2011

Domingo XVII del Tiempo Ordinario. Ciclo A. 24/07/2011. Mateo 13,44-52.

 Seguimos con el capítulo 13 del evangelio de Mateo. Como ya se dijo, es el capítulo donde este evangelista reune todas las parábolas. No quiere decir esto que Jesús las haya pronunciado todas de una vez. Hoy se leen las del tesoro escondido, la de la perla preciosa y la de la red.

   Las dos primeras contienen una misma enseñanza. Es la inmensa alegría de encontrar el tesoro o la perla. Cuando hablamos del reino de Dios, debe destacarse la gran importancia de la alegría que produce el gozo divino. El compromiso total que exige el reino de los cielos no se realiza simplemente por un esfuerzo de voluntad, sino llevados por la alegría de haber descubierto un valor insospechado e incomparable.

   Para no abandonar la misa de los domingos es necesario valorar la palabra (lecturas y predicación), la oración y la experiencia gozosa de recibir a Jesús en la comunión. Cuando esta alegría entra de verdad en nuestro corazón ya no nos separamos de Jesús. Es la gran alegría de haber encontrado un tesoro de inmenso valor. Encontrarse de verdad con Jesús relativiza todo lo demás. Las dos parábolas, la del tesoro y la de la perla se inspiran en el lenguaje de la sabiduría. Es importante la sabiduría humana, pero la divina realiza definitivamente a la persona. Dice el libro de los Proverbios, en la Biblia: "Si como a la plata la buscares (a la sabiduría que viene de Dios) y la escudriñases como a tesoros, entonces entenderás el amor a Dios y encontrarás su conocimiento" (2,4-5).

   La parábola de la red coincide en su enseñanza con la de la cizaña del domingo pasado. La frustación definitiva para el hombre es perder la vida para siempre. Aunque contamos con el inmenso amor que Dios nos tiene, pues en Dios domina el amor, sin embargo nunca debemos correr el riesgo de perdernos para siempre.

   Jesús termina dando la explicación a los discípulos en privado. Hay una oposición entre los escribas o letrados judíos y los cristianos. Los primeros tienen muchas tradiciones tras de sí y no pueden salirse de los límites de lo antiguo. Para ellos no hay nada nuevo. Sin embargo, un verdadero padre de familia va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo, según conviene. El maestro o predicador cristiano debe estar en esa línea, obediente a Jesús y al Vaticano II. Debe saber encontrar o vislumbrar en cada momento los signos de los tiempos, sabiendo llegar a los valores esenciales del evangelio. Así, daremos el valor correspondiente a lo nuevo y a lo viejo.

    Compromiso:
   Saber encontrar la alegría de ser fieles al evangelio de Jesús y a la comunión frecuente.

 
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