martes, 1 de marzo de 2011

Domingo IX del Tiempo Ordinario. 06/03/2011. Ciclo A. Mateo, 7,21-27.

   Encontramos hoy cuatro veces la palabra "Señor" referida a Jesús. Esto nos recuerda que el pasaje evangélico que vamos a comentar responde a problemas de la primera comunidad cristiana, pues sólo después de la resurrección se constituye a Jesús como el Señor. Viene a ser una predicación a aquellos primeros cristianos, en la que se pone a Jesús como personaje principal atribuyéndole las palabras de la predicación. Es el llamado género literario "evangelio". No obstante, aunque no pertenezca a las mismísimas palabras de Jesús, como sucedía en el evangelio del domingo pasado, refleja este evangelio, sin duda, el pensamiento y el sentir del mismo Jesús.

   Se comienza afirmando que no todo el que dice "Señor, señor" entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad del Padre. Esto es claro, pero lo que llama realmente la atención es que no entrarán en el reino del cielo, aunque hayan hecho milagro en nombre del mismo Señor resucitado. Hacer milagros parece ser que no es garantía de santidad. Dios actúa de muchas maneras, incluso a través de no muy buenos cristianos o sacerdotes, obispos o Papas.

   El que escucha las palabras de Dios y las pone en práctica es como el que edificó su casa sobre roca. Ni la lluvia, ni los ríos salidos de madre, ni los vientos pueden con ella. Estaba bien cimentada. La práctica de la fe, la práctica de la religión en su esencia, fortalece el espíritu y nos hace permanecer, con fuerte consistencia, junto a Dios. Todo lo contrario sucede al que no escucha las palabras de Dios. Su casa se viene abajo y se hunde totalmente.

   En la segunda lectura de la misa de hoy, Pablo hace un magnífico resumen de cómo Dios nos perdona cuando afirma que nos justificamos por la fe, no por las obras de la ley (Carta a los Romanos, capítulo 3, versículo 28. Esta es una verdad tan clara y evidente que en ella estamos de acuerdo católicos y protestantes. Las obras son necesarias, el mismo Pablo lo afirma, pero en amistad con Dios, en su gracia, nos ponemos por la aceptación de Cristo Jesús en nuestros corazones. Cuando esta aceptación es sincera, las buenas obras emanan de nuestro corazón.

   La primera lectura, tomada del libro Deuteromio, capítulo 11, dice que las palabras de Dios deben estar en nuestro corazón y en nuestra alma. Debemos atarlas a la muñeca como una pulsera o ponerlas sobre la frente. Es una forma de expresar la suma importancia de la palabra de Dios.

   Compromiso:
   Con fotografías o dibujos, preparad un cuadro con la casa derruída a causa del temporal por no estar debidamente construída, y otra que permanece derecha y recia a pesar del mismo. Que os sirva de reflexión continua.

 
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