martes, 4 de julio de 2017

XIV Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo A. 9/7/2017. Mateo 11,25-30

   Comienza la misa de hoy con una gran paradoja. La de un rey que va en un pollino de borrica, pero que, aún así, llegará a dominar de mar a mar, es decir, de una punta a otra, de la tierra. Es la gran paradoja de una vida auténticamente espiritual y humana a la vez. Como trozo bíblico a memorizar, se propone: "si  vivimos según la carne, vamos a la muerte; pero si con el Espíritu damos muerte a las obras del cuerpo, viviremos" (Romanos 8,13).

   La primera lectura (Zacarías 9,9-10) nos introduce a la misa con la paradoja de que hablamos. Cultivar el amor a Dios en un corazón limitado y pecador no deja de ser una auténtica paradoja. ¡¡¡"un rey victorioso pero modesto, cabalgando en un asno, en un pollino de borrica"!!!

   La segunda lectura (Romanos 8,9.11-13) nos plantea ya la vida espiritual afirmando que el Espíritu de Dios habita en nosotros y nos hace ser de Cristo. Es muy necesario saber experimentar esta presencia del Espíritu. Los judíos creyentes de verdad la vivían intensamente y le habían puesto un nombre a esta experiencia de Dios. Era la Shekhinah o presencia inmanente de la divinidad dentro de ellos. Jesús como hombre, participaba de esta experiencia y ellos se refleja en diversos pasajes del Nuevo Testamento.

   La lectura evangélica tiene de fondo esta misma experiencia o vida interior de Cristo y de los primeros cristianos. Afirma, en efecto, que "nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera enseñar". Todo lo demás que afirma el evangelio de hoy se deduce de este entrecomillado. Esta lectura no puede entenderse en su profundidad sin la Shekhinah o experiencia de la presencia de Dios en nosotros. No se trata de una sugestión, no es un engaño subjetivo. Es una presencia pacífica de Dios, fruto de una oración, de una contemplación, no de un esfuerzo que realizamos. Fruto de echarnos en los brazos de Dios y que se haga su voluntad. Esto es lo que Dios enseña o revela a los pequeños, no a los que presumen de sabios.

   Con esa presencia de Dios en nosotros, el yugo de seguir a Jesús es suave y la carga ligera.

   Cuando recibimos a Jesús en la comunión, con frecuencia tenemos la experiencia de Dios en nosotros. Incluso la reflejamos o proyectamos hacia los demás. No sería el primero que se convierte viendo a los cristianos cuando vuelven de comulgar. Ese llevar a Dios dentro de sí, produce o refleja las vivencias divinas de esa persona. ¡Dichosa la Shekhinah!

   Compromiso:
   Escribe algo sobre la Shekinah o sobre tus experiencias divinas.

 
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