lunes, 6 de agosto de 2012

XIX Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo B. 12/08/2012. Juan, 6,41-51

   En este evangelio, como en anteriores domingos, se sigue presentando a Jesús como el pan vivo bajado del cielo y que nos sirve de verdadero alimento espiritual.

   Los adictos a la institución religiosa judía critican a Jesús porque sólo ven en Jesús la parte humana, el lugar de nacimiento, su padre y su madre. No comprenden que pueda decir que ha bajado del cielo. Siendo un hombre de carne y hueso es inadmisible que pueda decir esas cosas. Así piensan aquellos hombres.

   Los hombres, muchas veces, no sabemos abrirnos al Espíritu, a la vida que Dios comunica a los hombres. Jesús nos da una vida del Espíritu, que sólo puede captarse con la mirada del espíritu, con la mirada del alma. Para eso hay que creer en el inmenso amor que Dios nos tiene.

   Aquellos dirigentes judíos estaban atrincherados en su teología, que les impedía ser dóciles a Dios y aceptar a Jesús. Ese mismo peligro lo tenemos hoy día nosotros. El concilio Vaticano II desea que sepamos captar los signos de los tiempos y aceptar los que sean compatibles con el evangelio. El concilio nos hace ver que Dios también nos habla a través de la historia, a través de los signos de los tiempos. Sin embargo, el estar anclados en una teología desfasada, propia de las últimas centurias y que desconoce los últimos estudios sobre el Nuevo Testamento, estudios que son irrebatibles y que nos trasladan a la realidad de la primera Iglesia. Realidad en la que muchas o algunas cosas se hacían de manera distinta a la de hoy, y que podrían ser aceptadas por los signos de los tiempos actuales.

   Volviendo a la idea anterior de abrirnos al Espíritu, se debe afirmar que la enseñanza de Jesús se ofrece a todos y a todos es posible aceptarla. Debemos conocer la enseñanza y dejarnos empujar sin oponer resistencia. Al final encontraremos un paraíso de luz y felicidad, en medio de las dificultades y penas de esta vida.

   Jesús nos dice en este evangelio que si vamos a él, si lo aceptamos, si nos adherimos a él, él nos resucitará en el último día. Entre los judíos, sólo los fariseos admitían y defendían la resurrección, pero como premio a guardar los mandamientos y toda la Ley. Sin embargo, para Jesús, no depende de la observancia de la Ley sino de la adhesión a él. Y el que se adhiere a él está obligado a amar de verdad al prójimo. Con Jesús, Dios no es ya Dios de Israel, sino el Padre universal.

   A Dios nunca lo vió nadie, pero con Jesús podemos tener una experiencia divina.

   Jesús es el pan de vida. La Ley era llamada pan, pan de vida. Ahora, el pan de vida es Jesús, no es la ley. La observancia de la ley, según los rabinos judíos, aseguraba la vida futura. Ahora es la adhesión a Jesús quien la asegura.

   El pan que nos da Jesús es su propia carne para vida del mundo. Jesús deja la comparación con el maná y pasa a la del cordero que era comido en la Pascua. Como maná o como cordero Jesús nos da vida con tal que le demos nuestra adhesión.

   Compromiso:
   Proponte recibir más veces en la eucaristía el pan vivo bajado del cielo.

 
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