jueves, 6 de agosto de 2015

XIX Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo B. Juan 6, 41-51

   De nuevo el tema del pan, que da vida y fortaleza, es el tema de unión entre primera y tercera lectura. Es muy sugerente el tema de la comida como alimento, no sólo en el plano corporal, sino también en el espiritual. Como ya se dijo, esta aplicación metafórica pertenece a la cultura judía. Muy en concreto, el pan es a la vez alimento del cuerpo y alimento del alma. Alimento que repara nuestras fuerzas y alimento que nos da fuerzas divinas.

   En la primera lectura (1Reyes 19,4-8) el profeta Elías se encuentra totalmente sin fuerzas para seguir cumpliendo con el mensaje divino y ruega a Dios que le quite la vida. Se encuentra rendido porque ha caminado todo el día por el desierto. Ya está muy cansado y no puede más. El ángel del Señor le ofrece pan y agua y le insiste en que coma. Elías come y camina cuarenta días y cuarenta noches para llegar a Horeb, el monte de Dios. Cuarenta días es un número significativo que no se toma al pie de la letra. Quiere decir que fue un trayecto muy largo. Caminó de día y de noche porque iba al monte de Dios. El deseo de estar con Dios y sentir su presencia lo apuraba.

   La segunda lectura (Efesios 4, 30- ) afirma que Dios nos ha marcado con el Espíritu Santo y, por lo mismo debemos desterrar de nosotros toda maldad para con los demás. Debemos perdonarnos unos a otros como Dios nos perdona.

   En cuanto al evangelio o tercera lectura, continuamos con la enseñanza doctrinal que sigue al hecho de la multiplicación de los panes, en el evangelio de Juan. En este domingo, se presentan dos nuevos matices: el rechazo de la gente a Jesús y la pregunta, que se hacen, de cómo puede Jesús darnos a comer su propia carne. Jesús es el hijo de José, lo conocen todos. Entonces, ¿cómo dice que ha bajado del cielo? El rechazar a Jesús tuvo sus razones. Y aún así, la gente vio algo en Jesús y lo siguió. Pero, lo siguió hasta el extremo de abandonar costumbres muy arraigadas y sagradas. Jesús supera con mucho, la ley de Moisés. Jesús, en el judaísmo, supuso una gran ruptura.

   El evangelio de hoy hace una afirmación en la que, de verdad, no profundizamos. Es una afirmación vital para nuestra propia vida interior y para extender el reinado de Cristo, para ser un apóstol. La frase es: "nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre". A menudo, encontramos a personas que no creen en Jesús, pero que tienen buena voluntad. Si les proponemos que sean constantes en hacer una oración, que todo el mundo puede hacer aunque no sea creyente, Dios les dará la fe. Se trata de que todos los días, por lo menos una vez, digan: "Dios, si existes, y me lo haces ver, yo creeré". Tardará más o será, pero, si se persevera en hacer esta oración, con sencillez, la luz llegará y nos vendrá la fe. La frase que comentamos de Jesús se hará realidad.

   Compromiso:
   Todos nos tropezamos con gente que no cree. Hagámosle la propuesta anterior. Aprendamos a entablar una conversación de tipo religioso.

 
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