jueves, 5 de agosto de 2010

Domingo XIX del Tiempo Ordinario. 8/8/2010. Lucas 12, 35-40

La lección del evangelio de hoy es que debemos estar preparados, porque a la hora que menos pensemos, vendrá el Hijo del hombre. Nos pone como ejemplo el de los criados que están despiertos, aunque sea entrada la noche o ya de madrugada, esperando a que llegue su señor. Este, si así es, agradecido, hará que sus criados se sienten a la mesa y se pondrá a servirles. Añade el evangelista que si el dueño de la casa supiera a qué hora viene el ladrón, no le dejaría abrir un boquete, evitando así el robo.

Este evangelio es toda una llamada a que siempre debemos estar alerta, no durmiéndonos mientras la vida va pasando. El juicio ante Dios llegará tarde o temprano. En este trozo evangélico se recalca el juicio, es verdad, pero con el evangelio de Jesús en la mano, no debemos olvidar la verdad completa. Es necesario que tomemos en serio el juicio de Dios, pero debemos tomar igualmente en serio la gracia de Dios. Es verdad que tenemos el gran peligro que surge del juicio y del pecado: el peligro de ser condenados por sentencia. Pero, debemos vivir con una esperanza, aún mayor, porque estamos arraigados en la gracia y en la salvación que Jesús nos trae. Dios siempre está viniendo a nosotros, si pecamos, volvámonos de nuevo hacia Él, que nos da continuamente la promesa de la salvación.

Para que ese día del juicio no seamos sorprendidos con las manos vacías, practiquemos la máxima del "ora et labora", del "ora y trabaja". El mismo trabajo, el trabajo propio y el que debemos regalar a las cosas de Dios, todo el trabajo debe ser oración. En todo momento debemos recibir y contemplar la luz que viene de lo alto. De vez en cuando, debemos aprender a volvernos hacia Dios, que es volvernos hacia la oración. Hacer oración es encontrarnos ante Dios, ante el que es Señor del hombre, nuestro juez y nuestro salvador. Así, volvemos de nuevo a lo que decía más arriba, esto es, a tomar igualmente en serio el juicio de Dios y su gracia salvadora. No se puede hablar de uno sin recordar el otro. Vivimos en tensión entre el miedo al juicio y la esperanza de Jesús. Esta confianza seria y responsable en la gracia salvadora de Jesús hace que nuestras obras no sigan siendo o no lleguen a ser obras infructuosas.

Propósito: aprender a hacer que nuestras obras sean al mismo tiempo obras de oración, realizándolas con amor a Dios.

 
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