lunes, 13 de enero de 2014

II Domingo del Tiempo Ordinario. 19/1/2013. Ciclo A. Juan 1,29-34

   El libro de Isaías, en su segunda parte lllamada Deutero Isaías (cap. 49,3.5-6) dice a Israel: "Tú eres mi Siervo". Dios la hace luz de las naciones para que la salvación alcance hata el confín de la tierra. En efecto, en medio de los pueblos que adoran multitud de ídolos, Israel es el único monoteísta, el único que transmite el amor y la defensa del único y verdadero Dios. Por eso, Israel es la luz de Dios. ¿Somos nosotros esa luz de Dios?

   En la segunda lectura tomada de la I Corintios (1,1-3), se presenta la Iglesia de Dios como iglesia local y como pueblo santo. Es pura doctrina del concilio Vaticano II. Y en esa misma línea camina el Papa Francisco. La Iglesia no es monárquica, no depende en definitiva de un mando único. Con el Nuevo Testamento en la mano, la Iglesia es, ante todo y sobre todo, misterio y pueblo de Dios. Como dice Francisco, cuando el pueblo de Dios está de acuerdo en algo, eso es verdad. Debemos tomar conciencia de que somos pueblo de Dios.

   El final de esta lectura es un buen comienzo de la misa. Dice así: "La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo sean con vosotros".

   En el evangelio de este domingo, tiene un peso fundamental el testimonio de Juan el Bautista sobre Jesús. Sin él, hubiera pasado desapercibido en los comienzos de su misión. Avalado por el Bautista, Jesús empieza a manifestarse entre los hombres. De igual manera, hoy Jesús necesita de nuestro testimonio cristiano para que muchos puedan reconocerlo.

   Hoy, hacen falta creyentes que se dediquen a vivir testimoniando al Dios de Jesús de Nazaret. Pero testimoniando no sólo con una vida impecable, sino también hablando a los demás de Dios y de Jesús. Debemos ayudar a los demás a que descubran la presencia de Dios, a que se identifiquen con Jesús, que lo reconozcan cercano y creible, próximo y familiar. Esto es realizar la nueva evangelización que hoy se nos pide.

   El cristiano hoy, como el Bautista, ha de vivir para señalar la presencia de Dios en el mundo, para no permitir que se le arrincone, se silencie o se olvide.
   Termina el evangelio afirmando que el Espíritu ha descendido sobre Jesús y, por lo tanto, bautiza con Espíritu Santo. Es una realidad que el Espíritu Santo vibra,  aletea, en el que vive su fe. Pero, también es una realidad que muchos cristianos mueren sin sentir ese Espíritu que aletea en ellos. No han descubierto su propia fe, no la han vivido en profundidad, no saben lo que es la presencia de Dios en su interior y, por lo mismo, no se atreven a hablar a los demás de la cercanía de Dios. No evangelizan y no cumplen con esa misión sagrada. Aunque vayan a misa y comulguen, no la cumplen. Se queda todo en casa, sin salir al exterior.

   Compromiso:
   Reflexionar tranquila y sinceramente sobre lo leído.

 
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