miércoles, 28 de marzo de 2018

Domingo de Pascua de Resurrección del Señor. Ciclo B. 1-4-2018. Juan 20,1-9

   Hoy, sin lugar a duda, toda la liturgia está enfocada a la resurrección de Jesús. Incluso en la noche del sábado al domingo se ha celebrado en muchos lugares la Vigilia Pascual. Todo brilla con una nueva luz. La luz de la resurrección del Señor.

   Se propone como texto a memorizar el de Hechos 10,43: "Todos los que creen en él reciben, por su nombre, el perdón de los pecados".

   La primera lectura no se escoge, como es costumbre, del Antiguo Testamento, sino del Nuevo. En este caso, de Hechos 10,34a.37-43. Cuando dice que "Jesús fue ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo" se está haciendo referencia a la realidad inefable de Dios, que lo empapó con gran fuerza. Es así como debemos ver siempre a Jesús: rodeado de una gran aureola, divina pero invisible.

   La segunda lectura, de la Carta a los Colosenses (3,1-4), gira alrededor de una idea, la de que tenemos que aspirar a las cosas de arriba, donde está Cristo. Pero no olvidemos que estamos en este mundo. Aspiramos a las cosas de arriba haciendo el bien a los hermanos, haciendo oración profunda, meditada, de unión con Dios. Las dos cosas deben ir unidas: no podemos olvidar a Dios ni al hermano.

   En el evangelio de Juan debemos tener presente el simbolismo. María Magdalena va al sepulcro poseída por la idea equivocada de la muerte, y no se da cuenta de que el día ya ha comenzado. Las tinieblas, en el evangelio de Juan, designan la ideología contraria a la verdad de la vida. María va al sepulcro pensando en ver un cadáver, no se imagina a Jesús resucitado.

   Otra palabra que tiene un significado especial en Juan es "lugar". Con ella designa el Templo de Jerusalén, centro de la institución que ha dado muerte a Jesús. La realidad es que la losa estaba quitada, los lienzos puestos como sábanas en el lecho nupcial, extendidos, y el sudario aparte, envolviendo determinado lugar. El sudario, símbolo de la muerte, cubre el templo, determinado "lugar". El Templo judío, se entiende.

   Pedro y el otro discípulo se dirigen al sepulcro. Uno entra en él, el otro no; pero los dos ven lo mismo: los lienzos bien extendidos, símbolo de vida. El sudario no le tapa la cara, como lo hacía con Lázaro, sólo le cubría la cabeza, porque su muerte era sólo un sueño. Juan estaba en sintonía con Jesús. Entiende sus señales y es, realmente, testigo de la resurrección. El contraste entre el otro discípulo y Pedro es total.

   Los católicos seguimos experimentando en la comunión la presencia viva de Jesús. Un día decía un protestante calvinista: "Quisiera tener una señal de la verdad de Cristo". El interrogado era un matrimonio católico, que le contestó: "Pues nosotros lo tenemos claro cuando recibimos a Cristo en la comunión". Era un matrimonio que vivía la fe. Me lo contó el mismo calvinista, luego es verídico.


   Compromiso: vive la comunión.



 
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