lunes, 21 de octubre de 2013

XXX Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo C. 27/20/2013. Lucas 18,9-14

   La primera lectura de la misa de hoy es del libro llamado Eclesiástico (35,12-14.16-18). En ella se continúa la enseñanza sobre la oración iniciada el domingo pasado.

   La experiencia bíblica nos dice que Dios escucha y ayuda a los últimos de este mundo. El oprimido, el huérfano y la viuda, son bíblicamentete el símbolo de las personas desamparadas, que sólo en Dios encuentran consuelo y justicia y a quien Dios siempre oye y auxilia.

   La segunda lectura es el final de la 2ª carta a Timoteo (4,6-8.16-18). Pablo trae a la memoria su vida y su ministerio y utiliza para ello tres metáforas: combate, carrera y corona. Dice Pablo: "He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe. Ahora, me aguarda la corona". ¡Ojalá todos podamos decir lo mismo al final de nuestra vida!

   Pablo, nos dice que ante los tribunales, se ha visto solo y abandonado y dos veces menciona a Jesús resucitado, pues le llama "Señor". El es quien le ha protegido y lo llevará a su reino del cielo.

   El evangelio nos presenta dos tipos de personas: el que se considera justo y el que se considera pecador. En el capítulo 18 del evangelio de Lucas hay dos parábolas que tratan el tema de la oración. La primera es la de la viuda y el juez injusto, de la que se habló el domingo pasado. Hoy, se nos dice como hacen la oración algunos, que están representados por el fariseo, y los demás, representados por el publicano.

   El fariseo es ingrato con Dios e ignora que lo ha recibido todo de El. Desconocía que todos somos pecadores. Los obispos, los cardenales, los papas, todos son pecadores. Nadie se libra del pecado. No podemos ser ingratos con Dios. El fariseo reza en el templo y da gracias a Dios porque no es pecador, como el publicano situado atrás del todo. El fariseo ignora que continuamente dependemos de Dios para el bien, pues todos somos pecadores, hasta los más santos. El publicano, en cambio, reconoce en la oración que hace, toda su humana miseria y su total necesidad del Dios misericordioso. Su oración respondía a la verdad. El publicano invoca al médico que todos, sin excepción, necesitamos para nuestra salud espiritual. Ya los antiguos hablaban de Dios como médico.

   Dice el evangelio que el publicano volvió a casa justificado. Se había reconocido sinceramente pecador en su oración y Dios lo recibió con los brazos abiertos.

   El farieso, sin embargo, no marchó justificado ante Dios. Como diría un Santo Padre, el fariseo por la enfermedad de su arrogancia, no marchó justificado, en amistad con Dios.

   Compromiso:
   Ver los propios defectos y aprender a reconocerse pecador ante Dios. De esa forma, Dios nos dará su amistad y nuestros pecados son perdonados totalmente.

 
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