martes, 15 de marzo de 2016

Domingo de Ramos. Ciclo C. 20/03/2016. Lucas 23,1-49

   El Domingo de Ramos es el anuncio de la Pasión del Señor. La aclamación popular podría darnos una visión engañosa del triunfo de Cristo. Nunca debemos perder de vista que la victoria de Cristo es la victoria sobre la muerte. Es la victoria sobre la cruz.

   La primera lectura no deja dudas sobre el sentido de este domingo (Isaías, 50,4-7). Dios ha abierto el oído a un personaje llamado "El Siervo de Dios". A este discípulo de Dios le ha abierto el oído para que él pueda instruir a los demás, y él no se echa para atrás, aunque le cueste insultos y salivazos. En este sentido, su rostro es duro como el pedernal. El proclamará siempre la palabra de Dios, cueste lo que cueste, porque está lleno del Espíritu divino.

   En la misma línea, se expresa la segunda lectura (Filipenses 2,6-11). Con ella, nos acercamos más profundamente a la teología de la cruz. Pablo escribe esta carta a los conversos de Filipos en Asia Menor. El, en esta lectura, está citando un antiguo himno cristiano, que nos muestra que los cristianos vieron la vida de Jesús como un vaciamiento humilde. Aunque, como todos los seres humanos, Jesús era imagen de Dios, él no se aferró a esta alta dignidad. Fue fiel, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Y, por eso, estaba lleno del Espíritu de Dios.

   La lectura evangélica de hoy es la pasión de nuestro Señor Jesucristo. Conviene de verdad que la leamos en profundidad. No de pasada. Incluso que la leamos varias veces. Fue real, como se expresa en el evangelio. Sucedió una vez, es verdad, pero en este mundo, de alguna forma sucede, sigue sucediendo. Las desgracias y las calamidades son un reflejo del sufrimiento por el que pasó Jesús condenado a la cruz. Evaluemos así el evangelio de hoy. Tratemos de meditar así la Pasión del Señor. Cuando una persona afirma que ha dejado de creer porque le han sucedido una serie de desgracias, debemos pensar que ha meditado muy poco sobre la pasión de Cristo. No ha profundizado en ella. En efecto, cuando el número de latigazos era de cuarenta menos uno, el cuerpo de Jesús recibió muchísimos más, si es verdad lo que nos enseñan los estudios sobre la sábana santa de Turín. Amén de los plomos y púas que portaban los látigos. La corona formada por espinas gruesas y punzantes bien calcada sobre su cabeza. Andar, en esas condiciones el trayecto hasta la cruz. Ser clavado en ella. Quedar colgado de manera que se ahogaba, por lo que para respirar debía apoyarse fuertemente en los pies clavados para elevarse y poder coger oxígeno. Y, por los intensos dolores, tenía que dejarse caer de nuevo. Así, hasta su muerte.

   Así fue el sufrimiento de Cristo. Llevado con un amor y una resignación maravillosas. Meditémoslo profundamente.

   Compromiso:
   Meditar sobre la Pasión de Cristo.

 
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