lunes, 14 de febrero de 2011

Domingo VII del Tiempo Ordinario

   La bienaventuranza de Jesús que dice: "bienaventurados o dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios" encuentra una gran expresión en el evangelio de este domingo. Según el lenguaje bíblico, limpio de corazón es el que no abriga malas intenciones contra su prójimo. Es el de manos inocentes, el de conducta irreporchable. Los limpios de corazón crean una sociedad donde reina la confianza mutua.

   El primero y más grande ejemplo de limpieza de corazón es el amor a los enemigos. Esta es la verdadera pureza del evangelio de Jesús. Por dos veces se afirma en el presente evangelio la frase: "Habéis oído que se dijo ... pero yo os digo ..." En la primera, se dijo: "ojo por ojo, y diente por diente". La respuesta de Jesús es que nosotros no podemos dejarnos llevar por el odio. El sistema de nuevas relaciones humanas que Jesús propone es el de excluir totalmente la violencia. Donde otros ponían el odio (ojo por ojo y diente por diente) nosotros, los cristianos, debemos poner amor. Debemos acostumbrarnos a interrumpir el curso de la violencia cuando esta empieza a suscitarse, o mejor, antes de que se suscite. Cuanto primero se corte, mejor, menos consecuencias desagradables nos traerá y mejor expresaremos el mandamiento cristiano del amor, que es lo principal, lo más importante.

   Jesús vuelve a decir: "Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen". Con otras palabras, Jesús sigue hablando de lo mismo. De una forma o de otra, sigue patente el gran mandamiento del amor, resumen de toda conducta cristiana.

   El final del evangelio de hoy: "Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto", nos hace ver que la perfección no consiste en el cumplimiento de las leyes. Lo que hace al hombre perfecto y semejante a Dios, es el amor que no conoce excepciones.

   La razón de todo ello nos lo afirma San Pablo en la frase inicial de la segunda lectura de hoy: "¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?" Pues no debemos destruir ni manchar ese templo de Dios que somos nosotros (1ª carta a los Corintios, capítulo 3, versículo 16).

   En la misma línea, la primera lectura lo resume todo afirmando: "Seréis santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo". (Libro del Levítico, capítulo 19, versículos 1-2).

   Propósito:
   Quizá alguna vez trate de aflorar en nosotros la violencia, el odio o el desprecio. Sepamos transformarlo en tranquilidad, en sosiego, y, definitivamente, en amor. Es decir, en el código de nuevas relaciones humanas, que Jesús nos pide.

 
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