lunes, 17 de octubre de 2016

XXX Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo C. 23/10/2016. Lucas 18,9-14

   Se continúa con el tema de la oración. Como otras veces, la primera y tercera lecturas van directas a la enseñanza central del día, mientras que la segunda nos presenta lo que es el cristiano unido a Jesús. El cristiano es representado por el apóstol Pablo.

   Para interiorizar la enseñanza dominical memoricemos lo siguiente: en la oración, "el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado (Lucas 18,14)".

   El Eclesiástico (35,12-14.16-18) nos afirma que Dios es justo y por lo tanto no es imparcial. Dios escucha los gritos del oprimido, del huérfano, de la viuda, que repiten la queja. Esos gritos traspasan las nubes. No descansan hasta alcanzar a Dios. Es una oración sin descanso. A menudo, lo que necesitamos es paz interior, sosiego ante las desgracias, y Dios sabe concederlo a la persona que ante la desgracia sabe hacer la oración confiada y echarse en sus manos. Entonces, las cosas de esta vida se ven de otra manera. Y, ante las injusticias que claman al cielo, todos, sobre todo la Iglesia, debemos denunciarlas un día y otro.

   La segunda carta de Pablo a Timoteo (4,6-8.16-18) nos dice que a él, y a nosotros como él, nos está llegando el momento de la partida de este mundo. Francisco nos habla de una Iglesia en salida, y ¿cómo corremos hasta la meta? ¿Aprovechamos las fuerzas que Dios nos da para anunciar el mensaje divino? A Dios la gloria por los siglos de los siglos. Amén, amén, amén.

   El evangelio continúa con el tema de la oración. El gran tema del día. Dos personajes lo resumen: el fariseo y el publicano. Y los dos hacen su oración, cada uno a su modo. La oración del fariseo es presumida, no reconoce sus pecados, sus grandes pecados quizá, y desprecia a los demás. Da gracias a Dios porque no es ladrón, ni injusto, ni adúltero, "ni como ese publicano", ni como los demás. Ayuna y da dinero para el Templo.

   El publicano, en cambio, se queda atrás del todo, está como avergonzado, no levanta los ojos y sólo se atreve a decir: "¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador" ¿Cuál fue el resultado de estas oraciones? Que el publicano volvió a su casa justificado y el fariseo no. Al publicano se le perdonaron todos los pecados sin necesidad de confesarlos ante un hombre. El publicano volvió en gracia de Dios. El fariseo, no.

   Cualquiera que sea el motivo de nuestra oración, ha de ser perseverante, constante, humilde... reconociéndonos pecadores y muy poca cosa ante Dios, echándonos siempre en sus manos, sin exigir. Una oración muy pura es la que hace brotar del corazón un "Señor te amo" casi continuo, y agradecido. ¡Hagamos oración todos los días! Escojamos algún momento que nos lo recuerde: al subir las escaleras, al entrar en el ascensor, al acostarnos, yendo a la iglesia... Pero hagámoslo.

   Compromiso:
   Hacer oración todos los días.

 
Licencia de Creative Commons
Teología Ovetense by longoria is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-SinObraDerivada 3.0 Unported License.