lunes, 11 de noviembre de 2013

XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario. 17/11/2013. Ciclo C. Lucas 21, 5-19

   La primera lectura se toma del libro bíblico de Malaquías 3, 19-20a. Dice que a los que honran el nombre del Señor de los ejércitos los iluminará un sol de justicia que lleva la salud en las alas.

   Un sol que lleva la salud es lo contrario al sol que da un calor axfisiante y bochornoso. Una de las más antiguas penas que se aplicaban a los prisioneros de guerra y a otros condenados era exponerlos al sol durante cierto tiempo para que se deshidrataran y muriesen irremisiblemente. De esta forma, se aplicaba justicia empleando al sol como ejecutor y, así, no quedaría de ellos ni rama ni raíz.

   Sin embargo, para los que honran el nombre del Señor no sólo con los labios sino de verdad, ese sol de justicia no es un sol de castigo sino un sol de salud.

   La segunda lectura de 2 Tesalonicenses (3, 7-12) fue escrita por el mismo Pablo hacia el año 51 de nuestra era. Tesalónica era una ciudad marítima, rica y silenciosa. Es la actual Salónica y la población era de unos 200.000 habitantes.

   En la comunidad de Tesalónica, se había producido la creencia de la rápida vuelta del Señor Jesús. Por esta razón, algunos piensan que para qué trabajar más, si ya se va a acabar todo.

   Pablo sale al paso de estas ideas afirmando que si bien el que trabaja ministerialmente tiene derecho a vivir de ello, es decir a vivir del altar él, sin embargo, no ha usado ese derecho y ha trabajado por su cuenta para poder sobrevivir.

   Podemos preguntarnos: ¿Esta lección de Pablo no tendrá aplicación hoy día? O, no se debería revisar la dedicación de los sacerdotes plenamente a sus parroquias.

   El evangelio sigue en la línea del final de cada uno de los tiempos. No existe una fecha fijada para el final de la historia, que tristemente es una sucesión de conflictos entre los mismos hombres o consecuencia de fenómenos naturales: guerras, hambre, pestes, terremotos, enfermedades...

   Los cristianos debemos estar espiritualmente preparados para lo que nos toque vivir, incluída la persecución por el hecho de ser creyentes. Conocer los sufrimientos de Jesús, la paciencia con que llevó su pasión y cruz y echándonos en sus brazos, nos llevará a saborear interiormente el don divino de la paz, incluso en los momentos más amargos de la vida.

   La opción por Jesús es tan radical que ha de ser una opción permanente y definitiva, por encima de cualquier persecución. La paz que se manifiesta en el rostro de las personas de profunda fe nos hace ver un signo de las realidades futuras. No en vano se dice que la sangre de los mártires es semilla de cristianos. Si somos fieles a Dios, encontraremos en él la hondura de la vida divina. Es una experiencia inexplicable, pero real.

   Compromiso:
   Recuerda tus experiencias de algunos momentos en que estuviste cerca de Dios.

 
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