lunes, 21 de junio de 2010

Domingo XIII del Tiempo Ordinario. 27/06/2010. Lucas, 9, 51-62.

   Era en tiempos del mes judío de nisán, que corresponde al marzo-abril de nuestro calendario. Cuando se acerca el tiempo de irse al cielo Jesús toma la decisión de ir a Jerusalén. En esa época, las lluvias de invierno van cesando y la primavera empieza a verse en las colinas de Galilea. Los brotes de las higueras anuncian una nueva vida. Esto, dice un autor, recuerda la inminente cercanía del reino de Dios, llenando el mundo de vida nueva. Las gentes se preparan para ir peregrinando a Jerusalén a la fiesta de la Pascua judía. Y Jesús también va, acompañado de sus discípulos y discípulas. Desde Galilea eran tres o cuatro días de camino, aunque Jesús habrá necesitado más, a juzgar por la cantidad de cosas que realizó, según nos dice el evangelista Lucas, que recuerda algunas veces que Jesús sigue yendo hacia Jerusalén.

   En el evangelio de hoy, toma especial importancia la llamada de Jesús a posibles discípulos que se van acercando a él. A algunos los llama él mismo. Otros se le presentan por propia iniciativa. Pero, a todos les hace tomar conciencia de lo que puede suponer seguirle. Las mujeres probablemente se acercaron atraídas por su acogida. Con gran sorpresa para muchos, Jesús las aceptó en su grupo de seguidores, algo que hoy deberíamos tener muy en cuenta, ante la gran escasez de sacerdotes.

   Jesús llama a algunos a seguirle. Nunca les propone ideales atractivos. Los llama a seguirle y eso es todo. No admite condiciones. Al primero que le dice "Te seguiré a donde vayas", Jesús le indica que el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar su cabeza. Al que Jesús lllama, le dice en un lenguaje hiperbólico: "Deja que los muertos entierren a los muertos y tú vete a anunciar el reino de Dios". A otro que también desea seguirlo, pero pide un compás de espera, le recuerda que "El que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no vale para el reino de Dios".

   La llamada de cualquiera a ser o a vivir como cristiano es una llamada exigente. La exigencia no se refiere sólamente a la vida religiosa o sacerdotal. La exigencia se refiere a seguir a Jesús y dar testimonio de él, sea donde sea.

   Por último una maravillosa lección del evangelio de hoy. Cuando los mensajeros enviados por Jesús no son recibidos en una aldea de Samaria, se dirigen a él y le preguntan "Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que acabe con ellos?" Jesús se volvió hacia ellos y los regañó. En él, no anida el afán de revancha, no hay lugar para la venganza. Es todo comprensión y perdón.

   Práctica:
   Existen conductas que no afectarían a la doctrina y que podrían cambiar. No todo en la Iglesia es irreformable. Pensemos y reflexionemos sobre la mujer-sacerdote. ¿Sería distinta nuestra Iglesia? En la primitiva iglesia había mujeres sacerdotes y a Jesús lo acompañaban discípulas.

 
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