miércoles, 19 de diciembre de 2018

IV Domingo de Adviento. Ciclo C. 23/12/2018. Lucas 1, 39-45

   Nos vamos acercando a la conmemoración del nacimiento del niño Jesús. Son tiempos de alegría, de vivencias cristianas, de gran esperanza.

   Como frase que podemos recordar merece la pena escoger la del final de la segunda lectura que dice: "Todos quedamos santificados por el ofrecimiento del cuerpo de Jesucristo, hecho una vez para siempre". Meditémosla bien y saquemos las consecuencias que creamos convenientes, fundados en el amor que Dios nos tiene y en el que nosotros le tenemos. Repitámosla muchas veces durante la semana.

   La primera lectura se toma del libro bíblico llamado Miqueas (5, 1-4a). En ella se habla de Belén que, aunque una aldea pequeña, pastoreará a los israelitas y en ella todos habitaremos tranquilos y será nuestra paz. La exégesis bíblica judía permite leer un trozo de la Biblia varias veces e ir sacando consecuencias que pueden ser distintas. ¿Qué te dice a ti Belén? Imagina a Belén en una aldea que tú conoces. ¿Cómo es la paz de ese Belén imaginario? ¿Cómo será la paz de un niño? ¿Y si ese niño es Dios?

   La siguiente lectura (Hebreos 10, 5-10) nos dice que estando ya Cristo en este mundo, Dios no quiso ya más sacrificios de animales  ni otro tipo de ofrendas. Es más, termina la lectura afirmando que gracias a Cristo "todos quedamos santificados por el ofrecimiento de su cuerpo".

   Ya en el evangelio, este se dedica especialmente a la virgen María. Madruga y marcha muy deprisa para ver a su prima Isabel. La alegría del encuentro la manifestó la criatura en el vientre de Isabel. Una forma idílica de expresar el sentimiento y la alegría de unas primas que se encuentran estando las dos embarazadas. Las dos se quieren a raudales y las dos son personas que llevan una vida de oración intensa. Son personas de mucha fe. ¿Esperamos nosotros a Jesús con el corazón abierto? La virgen María nos lo trae una y otra vez. ¡Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá!

   Es una gran alegría encontrarse con una situación en la que podemos hablar y felicitar a María. Hagámoslo a menudo. Amémosla. Y que ella nos lleve a amar a Jesús. Pasemos con facilidad de María a Jesús y de Jesús a María. Cuando digamos a María que la amamos, pasemos también a decírselo a Jesús. Pasar de la madre al hijo se nos hará fácil y viceversa. Esta práctica nos ayudará a vivir la presencia de Dios.

   Compromiso:
   Practicar la presencia de Dios.

 
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