martes, 31 de mayo de 2016

X Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo C. 5/6/2015. Lucas 7,11-17

   En las tres lecturas bíblicas del presente domingo nos encontramos con el mensajero de Dios. Es una idea que deberíamos tener siempre presente. Dios nos habla de múltiples formas. De muchas formas puede llegarnos su mensaje. Se trata de abrir los ojos de nuestro espíritu y saber percibirlo. Ser personas de oración mental nos ayuda mucho a ello. La vida interior descubre a Dios en múltiples aspectos de la vida.
 
   En la primera lectura (1Reyes 17,17-24), el profeta Elías resucita al hijo de una mujer de la tribu apóstata del norte de Israel. Allí habían eliminado la adoración a Dios y se habían pasado a los ídolos, en concreto a Baal y habían asesinado a los profetas de Dios. Así las cosas, aparece Elías en escena trayendo el mensaje del verdadero Dios. Enferma y muere el hijo de la  señora donde se hospeda el profeta. Ella lo atribuye a sus pecados adorando a los ídolos y dejando a Dios. Pero, Elías intercede por ella y su hijo vuelve a la vida. Esto le sirve a la viuda para reconocer en él a un hombre de Dios y que lo que predica es verdad. Ella ha descubierto a Dios y ha dejado definitivamente la adoración de los ídolos.
 
   La carta de Pablo a los Gálatas (1,11-19) viene a decirnos que lo que predica no es de origen humano, pues lo ha recibido por revelación de Jesucristo. Lo dice Pablo que, recordando su vida antigua, nos dice como perseguía a la Iglesia de Dios y la asolaba y como era un partidario fanático de las antiguas tradiciones. Nunca debemos ser fanáticos, pues el fanatismo nos lleva a ser poco comprensivos con los demás y a caer en ideologías que no favorecen para nada nuestra fe cristiana.
 
   El evangelio de este domingo tiene un gran trasfondo judío en la resurrección de la primera lectura realizada por Elías. Los paralelos entre la historia del evangelio y lo realizado por este son impresionantes. Pero, existe una gran diferencia en la facilidad con la que Jesús resucita al hombre muerto: solamente toca el féretro y ordena al muchacho que se levante. Ello hace que la gente vea a Jesús como un profeta.
 
   El retrato evangélico es patético. La mujer era una viuda que, ahora, lleva a enterrar a su único hijo. Esto es terrible para cualquier mujer en cualquier tiempo y lugar. Pero este sufrimiento es también doble para una mujer que vive en una sociedad patriarcal, es decir, donde mandan los hombres. No sólo es una tragedia personal, sino además, una catástrofe económica, pues la mujer queda sin ningún medio para mantenerse.
 
   Lucas no manifiesta nunca las emociones de Jesús. Sin embargo, aquí, una buena traducción del texto original, nos hace ver que Jesús se emocionó, se conmovió, se estremeció al ver el cuadro que se le presentaba delante. Jesús toca el féretro, aún con peligro de quedar impuro como decía la ley religiosa judía. El cristiano debe también aprender a saltar por encima de determinadas leyes religiosas que no conllevan un trato humano. Jesús, como lo que es, no necesita rezar para hacer un milagro. El muerto se incorpora y empieza a hablar. Todos afirman que Jesús es un gran profeta. Esto, en lenguaje de Pablo, significa que la revelación que nos trae Jesús es verdad. Amemos cada vez más a Jesús y creamos en él.
 
   Compromiso:
   Hagamos del amor a Jesús una verdadera oración.


 
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