lunes, 8 de marzo de 2010

Domingo IV de Cuaresma. 14/03/2010. Lucas, 15,1-3,11-32

Este evangelio trata fundamentalmente de la parábola del hijo pródigo. Es un error llamarla así pues la figura central no es el hijo, sino el padre. Por esta razón debería conocérsela como la parábola del amor del padre o del padre superbondadoso.

Cuando Jesús nos habla nos está comunicando su propia experiencia de Dios. Una experiencia de la que en aquella época, como hoy en nuestras iglesias, no se hablaba en la sinagoga ni en la liturgia del templo. La parábola de hoy, la parábola del padre superbondadoso, nos invita a intuir la increible misericordia de Dios.

Para comprender bien la parábola, debemos situarnos en la época de Jesús. En Galilea, la familia lo era todo y entendiendo por familia toda la parentela. Era muy difícil sobrevivir fuera de la familia y una familia - como núcleo de padres e hijos - tampoco podía subsistir aislada de las demás. Tan importante como la propia familia era la solidaridad entre las familias de la aldea y que casi todas eran parientes entre sí.

El hijo de la parábola, al exigir su herencia es como si su padre ya hubiera muerto para él. Lo que exige es una locura y una vergüenza, no sólo para su propia familia, sino para todo su pueblo. El padre reparte entre sus hijos su propia vida. Así dice el original griego. Es decir, da lo que constituía su vida y sustento.

En la lectura de esta parábola, se ha visto el desarrollo de la parábola, que no hace falta repetir. Cuando el hijo vuelve a su casa, lleno de hambre y miseria, habiéndolo malgastado todo, el padre lo acoge de forma increíble. Pierde el control, lo abraza con inmensa ternura, no le permite que se eche a sus pies. Puede el hijo estar impuro, y seguro que lo está según la mentalidad de aquella época, pero lo abraza y lo toca. No le importa quedar él mismo impuro ante Dios, o mejor dicho, ante la religión.

Los gestos del padre no son gestos de padre. Son gestos de madre. A Dios podemos llamarlo madre con toda la expresión de la palabra.

Este padre, con entrañas de madre, interrumpe la confesión del hijo, lo que empieza a contarle, quiere ahorrarle humillaciones. Le pone el anillo que le da el título de hijo y le hace calzarse las sandalias de hombre libre. El padre organiza un gran banquete para que todo el pueblo se alegre y le devuelva el honor perdido.

Ante todo ello, sólo nos queda preguntarnos: ¿Es posible que Dios sea así? Sólo las personas que saben orar "de verdad" son capaces de comprender que Dios sea así. El que no es capaz de ello, es que no ora de verdad, es que trata de hacer a Dios a semejanza nuestra. Dios es amor inmenso y mientras no entendamos a Dios así no hacemos oración de verdad. Aunque parezca una paradoja, a Dios o lo experimentamos como Dios del amor o no es Dios lo que experimentamos. Y esto, en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad. Y esa experiencia no es obra nuestra, es un regalo de Dios. Es el misterio de una vida cristiana.

Compromiso:
Entender las exigencias de la religión desde la perspectiva expuesta, haciendo que nuestras prácticas religiosas se muevan en esa línea.

 
Licencia de Creative Commons
Teología Ovetense by longoria is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-SinObraDerivada 3.0 Unported License.