miércoles, 9 de enero de 2013

Domingo, Bautismo del Señor. 13/01/2013. Ciclo C. Lucas, 3,15-16, 21-22

   Este evangelio habla del bautismo de Jesús, pero con una fuerte referencia al Espíritu Santo. Es él quien nos va a ocupar, sobre todo por aquello de que al Espíritu Santo se le llama el gran desconocido.

   Dice Juan el Bautista que Jesús nos bautizará con Espíritu Santo, que Jesús se dejó bautizar por él y que, al salir del agua, se abrió el cielo y bajó el Espíritu Santo sobre él en forma de paloma. Entonces se oyó una voz del cielo que dijo: Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto.

   Lucas, en los Hechos de los Apóstoles, afirma que Jesús fue ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él. Y, como dice la primera lectura de hoy, la caña cascada no lo quebrará aún más, ni apagará el pávilo vacilante, porque está el espíritu sobre él.

   No debemos pensar que la presencia del Espíritu sólo es propia de nosotros, los creyentes en Cristo. Los judíos hablaban del Espíritu divino y de su experiencia o Shekhinab. Cuando dos o tres estudiaban juntos la Biblia, eran conscientes de que el Espíritu habitaba entre ellos. Así, el rabino Ben Azzai estaba rodeado por la aureola del Espíritu, cuando explicaba.

   El Dios inefable necesita ser traducido al idioma humano por decirlo de alguna manera, pues jamás podemos comprender lo inefable de la divinidad. Por el Espíritu Santo y la Palabra encarnada, la presencia divina puede manifestarse de alguna manera a nosotros. Los cristianos, cuando nos dedicamos de verdad a las cosas de Dios, a practicar activamente la fe de Jesucristo, a ayudar seriamente al prójimo, a la oración... experimentamos, de una u otra forma, la presencia del Espíritu de Dios en nosotros. Es la Shekhinab que dirían los judíos y los primeros cristianos judíos. Esto se manifiesta de una manera especial en las grandes conversiones, que son muchas más de lo que se cree. Si esas experiencias divinas son indescriptibles, inimitables y de una felicidad indefinible es porque se refieren al mismo poder de Dios.

   El Espíritu Santo que vino a Jesús como hombre es el mismo que viene a nosotros cuando nos acercamos de verdad a él. Experimentar estas verdades, no de forma autocomplaciente, sino con profundo agradecimiento, es un dique inexpugnable contra el que se estrellará cualquier forma de ateismo beligerante. Dios es inexpugnable y, a la vez, misterio indefible.

   Jesús se lleva del Espíritu Santo en su bautismo y él, según un pasaje del evangelio de Juan, nos bautizará en agua y en fuego, el fuego del Espíritu Santo.

   (Si alguien necesita ampliar puede retroceder en su ordenador hasta dar con el comentario anterior del mismo).

   Compromiso:
   Alguna vez hemos sentido la presencia de Dios. Valorémosla y volvamos a la cercanía de Dios.

 
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