lunes, 19 de septiembre de 2011

Domingo XXVI del Tiempo Ordinario. Ciclo A. 25/09/2011. Mateo, 21, 28-32.

   Jesús, en este evangelio se dirige a los sumos sacerdotes y senadores del pueblo, como se dice en versículos anteriores. Las autoridades religiosas legítimas aparecen en primer lugar. Una pregunta fluye inmediatamente: ¿Qué tendría que decir Jesús a las autoridades religiosas legítimas de hoy día? Queda la pregunta en el aire para que cada uno la conteste según su forma de pensar, pero es muy necesario que los cristianos nos acostumbremos a ser reflexivos, sin miedo, como creyentes que somos.

   En el evangelio de hoy, Jesús propone un ejemplo que le servirá para hacer una pregunta y sacar una conclusión. Dice que un hombre tenía dos hijos a los que llama para trabajar en su viña. El primero se niega, pero, aunque no parece arrepentirse propiamente, le entra remordimiento y va a trabajar. El segundo afirma que irá, pero no fue.

   ¿Quién cumple la voluntad del padre?, pregunta Jesús. Todos contestan que el primero. Y Jesús concluye que los recaudadores de impuestos y las prostitutas aventajarán a esas autoridades religiosas a la hora de entrar en el reino de Dios. Porque cuando predicó Juan los recaudadores y las prostitutas empezaron a ser justos, a practicar la justicia. Pero vosotros, o sea las autoridades religiosas, dice Jesús, "ni siquiera tuvísteis remordimiento".

   Los recaudadores y las prostitutas eran las dos categorías sociales más despreciadas en Israel y, según la doctrina del judaísmo, no tenían parte en el mundo futuro.

   Este evangelio es muy fuerte para las autoridades en las que, bajo respetuosa actitud hacia Dios, se esconde una absoluta infidelidad hacia él. No obstante, la parábola es una llamada a la conversión.

   Pero, a la vez, evangelios como este, pueden crear una confusión si no se contemplan desde la perspectiva de todo el Nuevo Testamento. Se deben tener muy claros dos aspectos: la justificación y la santificación. La justicia de la que habla Juan el Bautista es la que produce frutos de santificación por los que vamos a ser juzgados al final de nuestra vida. Pero nosotros somos justificados sin las obras, sólo por la fe; aunque seremos juzgados según las obras de santificación. Cuando nosotros nos reconocemos de verdad pecadores y nos echamos plenamente confiados en los brazos de Jesús, que nos amó hasta morir en la cruz, en ese momento somos justificados, somos transformados interiormente, llenos del amor de Dios y radiantes de la gracia divina. Todo eso debe producir sus frutos, los frutos del Espíritu. Son las obras buenas que nos santifican y por las que seremos juzgados.

   Compromiso:
   Vuelve a leer este comentario y realiza, seriamente, lo que debes hacer para ser justificado, echándote en brazos de Jesús, reconociéndote pecador, confiando sólamente en él y sintiéndote perdonado de verdad.
  

 
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