viernes, 4 de diciembre de 2020

Domingo II de Adviento. 06/12/2020. Marcos 1,1-8

   Si hay algo que debería hacer clamar al pueblo cristiano es, en el día de hoy, no haber podido recoger los posibles frutos del Concilio Vaticano II, después de 50 años de su terminación. "Consolad, consolad a mi pueblo, para que preparen un buen camino al Señor Dios que llega; que los valles se rellenen, que los montes se allanen y que lo torcido de enderece". A ver si es verdad, y recojemos pronto los frutos del Vaticano II. Es verdad que el Papa Francisco está haciendo lo posible y va por buen camino, según parece.

   No obstante, no olvidemos, que como se nos dice en la segunda lectura, para el Señor un día es como mil años y mil años como un día. Dios no quiere que nadie se pierda, sino que todos llegen a la conversión. Sin embargo, el día del Señor llegará como un ladrón, y mientras, nuestra conducta debe ser santa y piadosa, esperando la llegada del día de Dios. Como termina la segunda lectura, debemos procurar que Dios nos encuentre en paz con Él, intachables e irrepochables.

   El evangelio de este domingo termina afirmando Juan que él ha bautizado con agua, pero que Jesús nos bautizará con Espíritu Santo. Una gran verdad. Y las consecuencias son de mucho valor. Siempre debe haber una correlación entre las verdades de la fe y las experiencias vitales. Sin esa correlación la fe no se legitima y correrá el peligro de transformarse en una ideología religiosa. Es la fuerza del Espíritu Santo. Es la paz interior que sentimos en nuestra alma cuando vivimos unidos a Dios. Esas vivencias de amor a Dios son una realidad. Llenan nuestro corazón. Es la legitimación de nuestra fe. El bautismo que nos trae Jesús de Nazaret llega a lo profundo de nuestra alma y la modela. Por eso, cuando somos fieles a Dios, cuando no pecamos, cuando de verdad buscamos nuestra unión con Él, nos vamos sintiendo más unidos a Él, a Dios. Es la mejor prueba de nuestra fe. Es verdad que esa legitimación de la fe no siempre se da al momento porque a veces Dios quiere probarnos. Sabemos que estamos unidos a Dios, pero no lo sentimos. En esa situación debemos mantenernos en la fe, seguir siendo fieles a Dios, hacer actos de fé en Él... echarse en sus brazos... seguir siéndole fieles y decirselo... No apuremos a Dios, pero un día, cuando menos cuenta nos demos, volveremos a sentirnos cerca de Dios. Démosle gracias de verdad, ...

   Y que esta experiencia nos valga para orientar a otros.

 
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