martes, 14 de abril de 2009

Domingo II de Pascua. 19/04/2009. Evangelio de Juan, 20, 19-31.

En la traducción del misal se dice que estaban las puertas carradas, pero, en el original griego, la palabra correspondiente (kleio) significa, además de cerrado con llave, cerrado con una barra, cerrojo o tranca. Los discípulos estaban encerrados por miedo a los dirigentes judíos. El temor impedía hablar abiertamente sobre Jesús a los discípulos que se adherían a él. Fijémonos que en el evangelio de hoy están encerrados los discípulos, sin hablar expresamente de una selección, es decir de los apóstoles.

Jesús se aparece en medio de la comunidad, en el centro, sin recorrer el espacio que va desde la puerta. Jesús es el centro de la comunidad, es para ella la fuente de la vida. Jesús saluda a los discípulos deseándoles la paz, a pesar del miedo que tienen en sus cuerpos. Les enseña las manos y el costado como para deciles que, aunque tengan miedo a que los judíos puedan matarlos, sin embargo, nadie podrá quitarles la vida que viene después y que Jesús mismo les comunica. ¡Y los discípulos sintieron la alegría de estar con Jesús!

Ahora, Jesús exhala su aliento sobre los discípulos. Según Génesis 2,7, Dios sopla sobre el barro para dar vida al hombre; Jesús sopla sobre los discípulos porque les da la vida definitiva, la vida eterna.

Siguiendo con la traducción del misal, este dice refiriéndose no sólo a los apóstoles, sino a todos los discípulos: "A quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos". Pero Juan tiene su propio concepto de pecado; no lo concibe como una mancha, sino como actitud del individuo. Pecar es integrarse voluntariamente en un orden injusto, opresor. Es tener la actitud de persistir en la injusticia de un sistema opresor. Cuando uno se adhiere a Jesús, rompiendo con el orden injusto, la comunidad cristiana lo recibe y declara que sus pecados ya no pesan sobre él. Es la comunidad cristiana, los discípulos, la que actúa. No es la jerarquía, no son los apóstoles. La facultad de decisión está en la comunidad.

No se puede entrar en detalles por falta de espacio. Pero sí recordar que en el lenguaje de Juan "Los Doce" hace referencia al pasado, a las doce tribus de Israel. En este sentido, Tomás aún no ha recibido el Espíritu Santo y, por tanto, no pertenece al nuevo pueblo de Dios. Tomás repite, en poco espacio, las palabras "mano, clavos, meto, señal"; con ello, manifiesta su testarudez.

El evangelio de hoy tiene un importante aspecto eucarístico. Jesús se sitúa en el centro de la comunidad. El momento es "ya anochecido" y el día primero de la semana; es decir, el momento que las primeras comunidades cristianas adoptaron para celebrar la reunión cristiana. Ocha días después, sucede la nueva aparición de Jesús. Es, por tanto, el mismo día de la semana, reflejándose de esta forma la costumbre de celebrar en tal día la reunión comunitaria. Jesús sigue estando en el centro.

Jesús dice a Tomás: "Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente".
Tomás contesta: "¡Señor mío y Dios mío!"

Después del prólogo, en 1,18, en que se dice: "el único Dios engendrado", es la primera vez que Jesús es llamado simplemente Dios. Sólo en Jesús podemos conocer lo que es Dios; sólo en él brilla en su totalidad el amor de Dios al hombre.

Finalmente, dice Jesús: "Dichosos los que crean sin haber visto". A Jesús se le encuentra en la forma de amarse los cristianos. La experiencia de ese amor lleva a la fe en Jesús vivo. Dichoso el que se encuentra con ese amor, que lo lleva a creer sin haber visto. Esa experiencia se vive en la celebración eucarística, donde nos asimilamos a Jesús y se nos da vida definitiva.

Aplicación: Debemos tener claro que no podemos apoyar la injusticia ni los sistemas opresores. Y eso, aunque la injusticia o la opresión vengan de la Iglesia como institución. A menudo, también en la Iglesia y a niveles de Jerarquía, se dan normas injustas y opresoras. Sin dejar la iglesia o comunidad de fe, no podemos ser un rebaño que tenga que darlo todo por válido. Y, entonces, obremos en consecuencia.

 
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