miércoles, 4 de marzo de 2015

III Domingo de Cuaresma. Ciclo B. 8/3/2015. Juan 2,13-25

   La ley y el sacrificio son las dos ideas bíblicas clave que definen este domingo. La primera lectura (Exodo 20,1-17) nos presenta la ley, que nosotros llamamos los mandamientos de la ley de Dios. La ley se nos da precisamente porque somos pecadores y necesitamos que se nos recuerden las cosas. Pero, el cumplimiento de la ley no nos justifica ante Dios. Nos justificamos por la fe en Cristo Jesús, no por las obras de la ley. En la ley no hay gracia. Pero, el que ha sido justificado por Cristo, busca en todo agradar a Dios y, por lo tanto, cumple los mandamientos. Esta lectura sobre la ley tiene algún aspecto cultural que en nuestra cultura debemos corregir. Así la mujer no debe ser comparada ni con el buey, ni el asno. La mujer es un ser humano, con la misma dignidad que el hombre. Pero, también en nuestros mandamientos se impone revisar el sexto, pues no está redactado así en la Biblia, en esta lectura. Son aspectos culturales que se convierten en verdaderas ideologías.

   La segunda lectura (1 Corintios, 1,22-25) comienza con la referencia al sacrificio de Cristo crucificado, cuya predicación es escándalo y necedad para muchos. Sin embargo para los cristianos es fuerza de Dios y sabiduría. Es la vida interior que los creyentes llevamos dentro de nosotros y que muchos no creyentes vislumbran y, a su modo, envidian.

   El evangelio de Juan, a lo largo del mismo, va sustituyendo todas las instituciones de la antigua alianza por la nueva alianza que nos trae Jesús. La primera en caer será el templo. Por esta razón, la escena de la expulsión de los vendedores del templo el evangelio de Juan la sitúa al principio de la vida pública de Jesús, mientras que los demás evangelistas la ponen al final. En la Pascua de los judíos, el sumo sacerdote ganaba una ingente cantidad de dinero entre las licencias de los puestos comerciales, tiendas y comercio de animales. Este gran mercado comenzaba tres semanas antes de Pascua. El azote era un símbolo proverbial del comienzo de los tiempos mesiánicos. Se representaba al Mesías con el azote en la mano para castigar los vicios y malas prácticas. De esta forma, Jesús se presenta como el Mesías. Y, como dice el libro bíblico de Zacarias 14,21, entonces ya no habrá mercaderes en el templo. Los animales se sacrificaban a Dios para purificarse. Así, se ofrecía por dinero la reconciliación con Dios y la concesión divina de favores. Este Dios que se reflejaba en el Templo de Jerusalén era un Dios exigente y explotador, no era el Dios que da vida. Por esta razón, dice el Papa Francisco que los sacramentos no deben cobrarse jamás y, por lo mismo, tampoco la misa. Es un problema que debe estudiarse en profundidad. Se deben considerar el templo y los actos religiosos como lugar y situaciones en que nos encontramos con una expresión fuerte de Dios. Preguntémonos: en nuestra vida, ¿en qué momentos hemos experimentado con fuerza la cercanía de Dios? ¿Fue un momento de oración íntima con Dios? Seguro que no fue en un mercado como el del Templo de Jerusalén. Aquello no era casa de oración y por eso Jesús interviene. La oración requiere un clima adecuado, de silencio, de recogimiento y de intimidad.

   Compromiso:
   Buscar la forma de hacer cinco minutos de oración al día.

 
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