lunes, 24 de mayo de 2010

Domingo de la Santísima Trinidad. 30/05/2010. Juan, 16,12-15.

   A Jesús le queda mucho por decir a los discípulos, pero no serían capaces de soportarlo y asimilarlo. Aún no ha muerto Jesús aunque su muerte está cerca. De saber cómo sería su muerte, la reacción podría haber sido desoladora. Ya lo fue cuando llegó la realidad. Pero el recuerdo de Jesús era muy fuerte y el Espíritu los iba conduciendo haciéndoles caminar en medio de la fuerte oscuridad e inmenso dolor.

   Dice Jesús a los discípulos, no sólo a los apóstoles, que el Espíritu de la verdad los guiará hasta la verdad plena. No se trata de la posibilidad de definir nuevos dogmas a través de la historia. Lo que hace el Espíritu es proponernos continuamente la realidad de Jesús. En determinadas épocas ha sido difícil y será también, mantener el testimonio de Jesús y orientar nuestra actividad como él quiere. En todos esos casos, la comunidad de creyentes percibirá la voz del Espíritu, que es la de Jesús mismo. Pero, podemos oponernos al Espíritu si no estamos con los ojos abiertos a la realidad de la vida y de la historia. El Espíritu nos habla no sólo interiormente, sino también a través de los signos de los tiempos, algo que nos recordó el concilio Vaticano II y de lo que nos olvidamos con facilidad. Se tiene miedo a la evolución e involucionamos con frecuencia. No queremos que el Espíritu nos sitúe en la realidad, con los pies en la tierra. No le dejamos que nos hable a tavés de la historia, como si esta no se pudiera ver positivamente a través del evangelio de Jesús. Si éste nazareno apareciese hoy de nuevo, que daríamos avergonzados viendo su amor y comprensión hacia el pueblo, a la vez que su recriminación hacia muchos dirigentes.

   Si queremos acertar, hemos de estar abiertos, por una parte, a la vida y a la historia y, por otra, a la voz del Espíritu que la interpreta. Todo es que sepamos abrirnos al Espíritu y a la vida sin abundar tanto en condenaciones, aunque alguna vez haya que hacerlo.

   Según dice el versículo 14, el Espíritu recibirá del mismo Jesús lo que nos vaya comunicando. Por ello, el Espíritu toma de Jesús el inmenso amor que este nos tiene y lo comunica. El don del Espíritu no es sólo una iluminación, sino una comunicación del amor de Jesús que es un amor operativo, que nos mueve hacia los demás. Tal es la función del Espíritu de la verdad.

   Propósito:
   Hablar con otros sobre cómo sería la predicación de Jesús, con su mirada iluminada por el amor y la comprensión, en los tiempos actuales.

miércoles, 19 de mayo de 2010

Pascua de Pentecostés. 23/05/2010. Juan, 14,15-16, 23b-26

   Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Así comienza el evangelio de hoy. Lo primero es amar de verdad a Jesús, pero ello tiene un efecto de ida y vuelta. Como se dice hoy hay un efecto de feed-back. Amar a Jesús es condición para cumplir sus mandamientos y, viceversa, cumplirlos es la prueba de amor a él. Los mandamientos de Jesús no se imponen, son fruto del amor. No se trata de la obediencia a normas externas; se trata de sintonizar con Jesús y expandir externamente dicha sintonía.

   Los mandamientos de Jesús son todo lo que tiene que ver con el mandamiento del amor. No son los mandamientos de la Ley de Moisés, que llamamos los mandamientos de la Ley de Dios. Los mandamientos de Jesús son la respuesta del amor a la necesidad de las personas en cada circunstancia.

   El que ama a Jesús cumple su palabra, su mensaje, y, entonces, el Padre Dios demuestra su amor. Si cumplimos el mensaje de Jesús, el Padre y él vienen y se quedan en nosotros. Esta presencia de Dios en nosotros se experimenta como una cercanía. Esta experiencia tiene una gran importancia para permanecer siempre fieles a la enseñanza de Jesús. Esa experiencia se traduce en amor. Dice el evangelio de hoy: "Mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él". El Padre y Jesús vienen a vivir en el discípulo y esa condición se expresa en términos de amor. Dios nos ama. Y esto es palabra de Dios según nos dice Jesús. Hay un contacto personal entre el Padre, Jesús y cada discípulo. Es la experiencia comunitaria. Es el efecto del don del Espíritu, que nos identifica con Jesús e imprime al hombre su dinamismo para la acción. Pero, es necesario seguir la enseñanza de Jesús y ese dinamismo vendrá a nosotros para darnos nuevos impulsos. Es el efecto de feed-back que decíamos al principio.

   El Espíritu que nos envía el Padre nos irá enseñando todo. Pero no se trata de que nos irá enseñando cosas nuevas, sino que nos recordará todo lo que Jesús ya nos ha expuesto. Y es suficiente.

   La experiencia de Dios Padre y de Jesús es sumamente necesaria en la pastoral. Con una experiencia fuerte de Jesús no se daría un abandono tan grande de las vivencias de la fe después de la confirmación, o, incluso ya, una vez hecha la primera comunión. Como dijo un buen teólogo: "La fe está basada en un contacto personal con Cristo" (Danielou).

   Práctica:
   Es necesario descubrir y revivir la experiencia de Jesús en nosotros.

lunes, 10 de mayo de 2010

Ascensión del Señor. 16/05/2010. Lucas 24,46-53

Tres ideas se presentan en el evangelio de hoy. La primera es que se ha de predicar la conversión y el perdón de los pecados a todo el mundo. En la segunda, es que serán revestidos de la fuerza de lo alto. Finalmente, Jesús bendice a los discípulos y se separa de ellos subiendo hacia el cielo.

Con bastante frecuencia, el Nuevo Testamento habla de una u otra forma de la exaltación de Jesús. Así aparece en un himno antiguo citado en la epístola a los Filipenses, cap.2, versículos 6-11. Así también en la epístola a los hebreos 1,3-4. En este y otros pasajes se afirma que tras los sufrimientos en este mundo, Jesús, el Hijo, es investido por Dios con una autoridad suprema sobre el cosmos.

Jesús ordena a los discípulos, no sólo a los apóstoles, predicar la conversión y el perdón de los pecados a todo el mundo. No se trata sólo de predicar el perdón de los pecados sino de que se realice dicho perdón. Predicarlo, a secas, no valdría gran cosa. La conversión es imprescindible y comprende, fundamentalmente, el dejar de cometer injusticias. A través de todo el evangelio, el ser humano es muy importante y nuestra conversión es, en pricipio, crear un mundo en el que desaparezcan las injusticias y, por ello, bendecir a Dios. El que ingresa en la comunidad cristiana tiene como exigencia primera no cometer injusticias y amar a todos como Dios nos ama.

Una segunda idea del evangelio que se comenta es que recibiremos una fuerza de lo alto, es decir, el Espíritu que Jesús nos envía. Si cultivamos ese Espíritu siguiendo sus inspiraciones sabremos lo que es experimentar a Dios en nosotros. Si hubiésemos sabido llevar a la juventud hacia una experiencia real de Dios tendríamos, sin lugar a duda, otro tipo de creyentes.

En cuanto al tercer aspecto, es decir, la ascensión de Jesús a los cielos después de tanto sufrimiento es necesario recordar que Jesús ya había tenido, que sepamos, la experiencia mística de ser arrebatado por Dios el dia de su transfiguración. Tal día como hoy, Jesús vuelve a ser arrebatado por su Padre de una forma definitiva. Este camino es nuestro porpio camino. O, mejor, debe ser nuestro camino. Se debe promover de forma correcta la experiencia mística entre todos los discípulos. Una experiencia auténtica, no una seudoexperiencia. Pero es muy necesario en los tiempos actuales.

Propósito:
Aprender a contactar con Jesús a través de la fe, la oración y la comunión y siempre ayudando a los demás con el mismo amor que Dios nos tiene.

martes, 4 de mayo de 2010

Domingo VI de Pascua. 09/05/2010. Juan, 14, 23-29

El que me ama, dice Jesús, guarda mi mensaje. En el evangelio de hoy aparecen la palabra o mensaje que Jesús nos dejó, la necesidad inseparable de la actividad como práctica y transmisión de dicho mensaje y la experiencia de la presencia de Dios en nosotros como resultado de lo anterior.

Esta presencia se experimenta como una cercanía. El Padre y Jesús establecen su morada en nosotros por el amor, pues la condición de hijos de Dios, que de verdad lo somos, se expresa en términos de amor. Dice Jesús: "Mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él". Quien cumple el mensaje del amor se hace hijo de Dios. Es la auténtica adhesión a Cristo pues la fe auténtica en Jesús se expresa a través del cumplimiento de su mandamiento del amor. Si somos hijos experimentamos necesariamente la cercanía de nuestro Padre Dios y de Jesús, su hijo divino. Todo es efecto del don del Espíritu que Jesús nos dejó. El evangelio de hoy, las palabras que antes cité se hacen más expresivas si las traducimos así: "vendremos a él y nos quedaremos a vivir con él".

El que no ama al prójimo con la fuerza con que nos ama Dios, no cumple la palabra de Jesús. Como decía el domingo anterior, no se trata de amar al prójimo como a nosotros mismos, sino de amarlo como Dios mismo nos ama.

Conforme a los versículos 25 y 26, el Espíritu Santo, don del Padre, nos irá recordando todo lo que Jesús dejó dicho. Pero no se trata de recordar una doctrina, sino el mandamiento del amor; el amor con que Dios nos ama y el amo con que nosotros debemos amar a los demás. El Espíritu es el maestro de la comunidad.

En el versículo 27, Jesús se despide de esta vida, dejándonos la paz. Es el saludo de despedida hecho según la forma en que acostumbraban a hacerlo los hebreos. Pero su paz no es como la que da el mundo, la gente. El va a morir y nos dice que no tiemble nuestro corazón ni se acobarde. Ir al Padre, aunque sea a través de la muerte, no es una tragedia. Si vivimos junto a Dios, cumpliendo sus mandatos, sentiremos la presencia de Dios incluso en la hora de nuestra muerte. Experimentaremos a Dios que nos acompaña. Jesús nos dice en el versículo 29, que "nos lo dice ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda su muerte, sigamos creyendo".

Jesús se marcha, pero vuelve con nosotros. Y, aunque se marche a través de una muerte tan dura, por causa de las maldades de este mundo, él se siente en los brazos del Dios Padre y este lo recibirá con los brazos abiertos. Por eso, debemos alegrarnos de este feliz final. Nos abre a nosotros una firme esperanza de estar para siempre experimentando la presencia del mismo Dios.

Práctica:
Tratar de ama al prójimo como Dios nos ama y no como nos amamos a nosotros mismos.

 
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