lunes, 13 de junio de 2011

Solemnidad de la Sma. Trinidad. 19/06/2011. Ciclo A. Juan, 3,16-18

   Aunque con otras palabras, el evangelio de hoy comienza afirmando que Jesús Hijo es un regalo de Dios Padre, para que todo aquel que le preste su adhesión tenga vida definitiva. Jesús es el don del amor de Dios a todos nosotros. Es la mejor manifestación del amor que nos viene de lo alto.

   En el evangelio de Juan, hasta este momento, se le había llamado a Jesús de dos formas: "El Hijo del hombre" que equivale a "el Hombre", y "el único Dios engendrado". En Jesús se une la vida humana y la procedencia divina. La denominación que aparece hoy resume las dos formas. Jesús es el máximo exponente del hombre que hace presente la plenitud de Dios.

   Antes de Jesús, el contacto con Dios dependía de intermediarios, de maestros y jerarquía. Ahora, basta con ser fiel al amor de Dios manifestado en la adhesión a Jesús, con todo lo que ello significa. Ese Jesús que nos envió el Espíritu Santo y que, como recordó el Concilio Vaticano II, habita verdaderamente en todo el pueblo de Dios. Y, según el mismo concilio, el pueblo de Dios es anterior a la jerarquía aunque esta sea necesaria, pero sólo en parte. Sin olvidar que el Espíritu Santo sopla en todo el pueblo de Dios.

   Así es la manifestación de la Santísima Trinidad, misterio cuya fiesta celebramos hoy. Por ello, es necesario ofrecer unos retazos de comprensión, o mejor, de situación ante el inefable misterio. La Trinidad no es un absurdo lógico o numérico, pues Dios no puede reducirse a categorías humanas como es el número. Cuando hablamos de que el Padre, el Hijo y el Espíritu son Un Sólo Dios, no estamos diciendo 1+1+1=3; esto sería hablar de un Dios con límites numéricos. Dios es el infinito desconocido más el infinito desconocido más el infinito desconocido, que es igual al infinito desconocido. Dios, ese misterio infinito, no es un conjunto de elementos. Dios es un misterio inefable y esta es la clave de la Trinidad. La Trinidad no es un misterio que tenga que ser creído, sino una imagen de lo inaccesible de Dios, una imagen de Dios que se supone que los cristianos contemplan de una manera especial. Como piensa Gregorio Nazianzeno, en su Oratio, 29,6-20, los cristianos, al meditar sobre la Trinidad, son conscientes de que Dios no guarda ninguna relación con ningún ser de nuestra experiencia.

   La Trinidad ha sido fundamental en la espiritualidad ortodoxa oriental. Sin embargo, para los cristianos occidentales, ha resultado muy desconcertante.

   Compromiso:
   Profundizar en el misterio de Dios a través de la Trinidad y que ello redunde para nosotros en una nueva visión del misterio inefable.

 
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