lunes, 4 de marzo de 2013

IV Domingo de Cuaresma. Ciclo C. 10/03/2013. Lucas, 15,11-32

   Aunque dando primacía, como siempre, a la lectura del evangelio, daremos una sencilla pincelada a cada una de las dos primeras lecturas de la misa.

   La primera, tomada del libro bíblico llamado libro de Josué, 5,9a,10-12, afirma que los israelitas celebran la pascua en la estepa de Jericó. Empiezan a comer los frutos de la tierra y Dios cesa de enviarles el maná. Con la celebración de la pascua, todo adquiere un ambiente espiritual, de cercanía a Dios. El maná sólo había que recogerlo; ahora habrá que trabajar la tierra. Pero, de una forma o de otra, para los creyentes es siempre un regalo de Dios.

   La segunda lectura es de la 2ª Carta de Pablo a los Corintios, 5,17-21. En dicha lectura aparecen cinco veces palabras de la familia de "reconciliación". Es, por tanto, el tema principal. Dios hace que el mundo quede reconciliado con él por medio de Jesús. Dios nos ama de verdad, es nuestro amigo. Esto debe impregnar nuestra mentalidad y debemos decirlo a los demás.

   El evangelio de hoy es una parábola llamada tradicionalmente "El hijo pródigo", pero que debería llamarse la del "Padre amoroso". Es la perspectiva más importante y alrededor de la cual giran las dos parábolas que le anteceden en el evangelio.

   El centro de esta parábola no son los hijos sino el padre. Un padre que ama a sus dos hijos y busca recomponer el ambiente familiar, que se ha roto, por la marcha del hijo menor y el alejamiento del mayor a pesar de estar viviendo bajo el mismo techo.

   El hijo menor pide la herencia a su padre. El libro de la Biblia llamado Deuteronomio (21,17) especifica que al primer hijo le corresponde el doble que a cada uno de los demás. Si hay dos hijos, como en este caso, la propiedad se divide en tres partes: dos para el hijo mayor y una para el menor. Si hay hijas, se debe poner un tanto aparte para sus dotes.

   Que el hijo pida la herencia a su padre es una conducta fea e irrespetuosa. En Oriente Medio, en aquella época, sería una conducta horrible pues la identidad de cada uno partía de sus relaciones con la familia y la comunidad. El hijo menor no quiere saber nada con su padre, lo considera muerto. Derrocha su fortuna viviendo perdidamente. Se queda sin nada en medio de una gran hambruna y se ve obligado a cuidar cerdos y desear comer las algarrobas con que se alimentaban.

   La degradación del joven es horrible, pues lo judíos evitan todo contacto con los cerdos ya que los volvería totalmente inmundos, como dice la Toráh o Ley de los judíos (Deuteronomio, 14,8).

   Recapacita y decide volver a su casa, dispuesto a olvidarse de que es hijo y trabajará como un jornalero más. Parece más un calculador que un arrepentido.

   Lo vió su padre que corrió y lo besó. Y preparó una gran fiesta. La reacción del hijo mayor, cuando llega y lo ve todo, es conocida, no quiere entrar en casa. La ironía es grande: el hijo derrochador que estaba afuera, ahora está en casa; el hijo mayor, que quedó en casa, ahora está afuera.

   La lección de amor y de perdón del padre es enorme, no sólo grande. Jesús relata esta parábola como respuesta a las murmuraciones de fariseos y escribas. Deducimos que el hijo mayor es escriba o fariseo pues trata de hacer todo bien y no tolera que los demás no hagan lo mismo. No sabe lo que es el amor y el perdón.

   (Si lo desea puede completar el comentario del mismo evangelio del 14/03/2010).

   Compromiso:
   Perdona alguna ofensa.

 
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