lunes, 18 de julio de 2016

XVII Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo C. 24/07/2016. Lucas 11,1-13

 
   Las lecturas de hoy nos llevan por el camino del perdón. Del perdón de nuestros pecados y del perdón de los que nos ofenden. Es todo un proyecto de vida basado en la misericordia. Realmente, andar este camino es la senda buena para todos, es la senda que verdaderamente nos acerca a la justicia y a la paz. Es el pensamiento del Papa Francisco.
 
 
   El libro bíblico del Génesis (18,20-32) nos presenta al Señor en un diálogo con Abrahán, acerca del perdón de Sodoma y Gomorra. El pecado de estas ciudades es grave, pero Abrahán intercede para que no sean castigadas y le dice al Señor: ¿vas a destruir al inocente con el culpable? Y si hay cincuenta inocentes en la ciudad, ¿los destruirás y no perdonarás? Y así, hasta preguntar ¿y si sólo se encuentran diez? El Señor siempre da la misma contestación: en atención a ellos (a los inocentes) yo perdonaré a todos. Como se ve, el mensaje de esta lectura nos enseña que la misericordia es el nombre mismo de Dios. Es decir, Dios es misericordia.
 
 
   El pensamiento de Pablo (Colosenses 2,12-14) continúa en la misma línea, pues nos manifiesta que porque hemos creído en la fuerza de Dios, él nos dio vida perdonándonos todos los pecados. Y, en efecto, cada vez que pedimos perdón de verdad a Dios, él nos perdona realmente, de forma que no necesitamos someterlos a las llaves de la Iglesia, es decir, no necesitamos confesarnos. La misericordia de Dios se sigue manifestando.
 
 
   El evangelio de este domingo nos presenta a Jesús haciendo oración "en cierto lugar", que es posiblemente el Templo, según se desprende de algunos pasajes del Nuevo Testamento para la expresión "en cierto lugar". Sin embargo, sabemos que Jesús, a menudo, hace oración en plena naturaleza, y aprovecha incluso la soledad y la noche.


   Los discípulos más de una vez le han visto haciendo oración e, incluso, tranfigurarse durante la misma. Sin duda era muy grande su unión con el Dios Padre. ¡No podía ser menos! Y, ante tan maravilloso espectáculo, los discípulos, no sólo los apóstoles, se atreven a decirle: "Señor, enséñanos a orar". Y Jesús les enseña el Padre Nuestro. Pero, no les enseña una oración, sino que les enseña el modo de orar, pues esa es la pregunta que le  hacen. Por esta razón, el Padre Nuestro no es para rezarlo como nos enseñaron desde niños en el catecismo, sino para meditarlo. Es así como nos puede servir para hacer la oración que Jesús hacía. Y da mucho de sí. No hace falta meditarlo todo de una vez.


   Y, fijémonos como termina el evangelio de hoy. ¡Cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden! Esto es lo fundamental de toda oración. Que Dios nos infunda su espíritu, su amor, para que trabajemos por los demás en un sentido material y espiritual. Unidos todos para el progreso material y religioso. Pero, siempre como fruto de nuestra oración, como fruto del Espíritu de Dios que llevamos con nosotros.

   Compromiso:
   Medita sobre lo que más te haya impactado.
   

 
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