Celebramos hoy la
donación del Espíritu Santo a todos los discípulos del Señor a través de todos
los tiempos. No sólo a los Apóstoles y discípulos primeros, sino a todos los
creyentes. Debemos abrirnos a la realidad de Dios en nosotros, a su presencia
muy cercana a nosotros. Debemos sentirlo y palparlo.
Como frase para
memorizar se propone: “a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu
para el bien común” (se toma de la segunda lectura).
La primera lectura
es de Hechos de los Apóstoles (2,1-11). Nos habla de la venida del Espíritu
Santo en lenguas de fuego, no sólo sobre los Apóstoles, sino sobre los primerísimos
discípulos. El hecho está descrito con un trasfondo judío propio de la época. En
efecto, entre los judíos rabinos usaban la palabra Espíritu para expresar su
fuerte experiencia de Dios. Así, está descrito que un día, cuando Rabí Yojanán
estudiaba la Biblia
con sus alumnos, el Espíritu Santo pareció descender sobre ellos en la forma de
un fuego y un viento impetuoso. Era una fuerte experiencia mística de Dios.
Imaginémonos las vivencias que tendrían los apóstoles y su ambiente de oración.
La segunda lectura
(1 Corintios 12,3b-7.12-13) nos hace meditar sobre dos verdades fundamentales.
Afirma que nadie puede decir “Jesús es el Señor” sino por el Espíritu Santo. En
efecto, afirmar que Jesús es el Señor, con sentido espiritual profundo e íntimo,
sólo es posible si experimentamos vivamente la presencia de Dios, como decían
los judíos de Shekhinah. Los primeros cristianos judíos usaban esta palabra
para describir la presencia de Dios en ellos, que les permitía comprender el
significado más profundo de la misión de Jesús. Como dice esta lectura, todos
bebemos de un sólo Espíritu. Y por eso formamos un sólo cuerpo, con Cristo a la
cabeza.
El evangelio nos
dice que los discípulos, es decir los apóstoles y otros seguidores de Jesús,
estaban en una casa con las puertas bien atrancadas, osea con unas trancas
atravesadas lado a lado. Jesús se puso en medio de ellos, habiendo entrado como
si fuese un espíritu. Con toda seguridad los discípulos celebraban la Eucaristía. Jesús
les desea profundamente la paz. Te la está deseando a ti y a mi. Paz profunda,
aunque tengamos que estar atrancados por temor a quien sea. Y termina esta
visita de Jesús diciendo a todos, a los que eran apóstoles y a los que sólo
somos discípulos: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes perdonéis los pecados,
les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”. Nos
lo dice a todos los discípulos, apóstoles y no apóstoles. Y así lo entendió la
más primitiva iglesia. Era el perdonarse unos a otros, y tener la seguridad de
que Dios nos perdona de verdad. La confesión tal como la entendemos hoy día,
ante un sacerdote, no es un mandamiento de Jesús. En tiempos del concilio
Vaticano II se ensayaron otras formas de perdón de los pecados, sin tener que
decirlos a un confesor, pero la jerarquía eclesiástica se apresuró a
prohibirlas saltando por encima de Jesús de Nazaret y de lo que nos enseña la
historia. Saltando por encima de lo que nos enseña el Nuevo Testamento. Hemos
olvidado que quizás lo que nos dicen los oficinistas del Vaticano no es lo que
siente y desea el sencillo pueblo cristiano, es decir, la Iglesia.
Compromiso: pide perdón a Dios, arrepiéntete con sinceridad y siéntete perdonado de verdad. Y comulga, confiando en Jesús, el Señor.