jueves, 17 de mayo de 2018

Solemnidad de Pentecostés. Ciclo B. 20-5-2018. Juan 20,19-23



   Celebramos hoy la donación del Espíritu Santo a todos los discípulos del Señor a través de todos los tiempos. No sólo a los Apóstoles y discípulos primeros, sino a todos los creyentes. Debemos abrirnos a la realidad de Dios en nosotros, a su presencia muy cercana a nosotros. Debemos sentirlo y palparlo.

   Como frase para memorizar se propone: “a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común” (se toma de la segunda lectura).

   La primera lectura es de Hechos de los Apóstoles (2,1-11). Nos habla de la venida del Espíritu Santo en lenguas de fuego, no sólo sobre los Apóstoles, sino sobre los primerísimos discípulos. El hecho está descrito con un trasfondo judío propio de la época. En efecto, entre los judíos rabinos usaban la palabra Espíritu para expresar su fuerte experiencia de Dios. Así, está descrito que un día, cuando Rabí Yojanán estudiaba la Biblia con sus alumnos, el Espíritu Santo pareció descender sobre ellos en la forma de un fuego y un viento impetuoso. Era una fuerte experiencia mística de Dios. Imaginémonos las vivencias que tendrían los apóstoles y su ambiente de oración.

   La segunda lectura (1 Corintios 12,3b-7.12-13) nos hace meditar sobre dos verdades fundamentales. Afirma que nadie puede decir “Jesús es el Señor” sino por el Espíritu Santo. En efecto, afirmar que Jesús es el Señor, con sentido espiritual profundo e íntimo, sólo es posible si experimentamos vivamente la presencia de Dios, como decían los judíos de Shekhinah. Los primeros cristianos judíos usaban esta palabra para describir la presencia de Dios en ellos, que les permitía comprender el significado más profundo de la misión de Jesús. Como dice esta lectura, todos bebemos de un sólo Espíritu. Y por eso formamos un sólo cuerpo, con Cristo a la cabeza.

   El evangelio nos dice que los discípulos, es decir los apóstoles y otros seguidores de Jesús, estaban en una casa con las puertas bien atrancadas, osea con unas trancas atravesadas lado a lado. Jesús se puso en medio de ellos, habiendo entrado como si fuese un espíritu. Con toda seguridad los discípulos celebraban la Eucaristía. Jesús les desea profundamente la paz. Te la está deseando a ti y a mi. Paz profunda, aunque tengamos que estar atrancados por temor a quien sea. Y termina esta visita de Jesús diciendo a todos, a los que eran apóstoles y a los que sólo somos discípulos: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”. Nos lo dice a todos los discípulos, apóstoles y no apóstoles. Y así lo entendió la más primitiva iglesia. Era el perdonarse unos a otros, y tener la seguridad de que Dios nos perdona de verdad. La confesión tal como la entendemos hoy día, ante un sacerdote, no es un mandamiento de Jesús. En tiempos del concilio Vaticano II se ensayaron otras formas de perdón de los pecados, sin tener que decirlos a un confesor, pero la jerarquía eclesiástica se apresuró a prohibirlas saltando por encima de Jesús de Nazaret y de lo que nos enseña la historia. Saltando por encima de lo que nos enseña el Nuevo Testamento. Hemos olvidado que quizás lo que nos dicen los oficinistas del Vaticano no es lo que siente y desea el sencillo pueblo cristiano, es decir, la Iglesia.


   Compromiso: pide perdón a Dios, arrepiéntete con sinceridad y siéntete perdonado de verdad. Y comulga, confiando en Jesús, el Señor.

 
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