lunes, 14 de diciembre de 2015

IV Domingo de Adviento. Ciclo C. 20/12/2015. Lucas 1, 39-45

   Ya estamos en el último domingo antes de la Navidad. Alguien vienen a salvarnos con la fuerza del Señor Dios. Esta es la frase con la que podemos resumir las vivencias religiosas de este día. ¡Ojalá sean verdadero alimento espiritual y nos sumerjan en un auténtico espíritu de oración.

   El libro bíblico de Miqueas (5,1-4a) nos anuncia, desde la lejanía, que alguien nos pastoreará con la fuerza del Señor, es decir, con la fuerza de Dios. El será grande y será nuestra paz. Una paz que penetra los corazones, como toda paz que viene de Dios. Es necesario que comencemos a experimentar esa paz. Que vivamos cerca del hermano que realmente nos necesita y sepamos abrazar a Dios en nuestra oración. "Oh, eterno Dios, restáuranos, haz que resplandezca tu rostro y nosotros seremos salvos" (Salmo 80,20). Dios debe resplandecer en nuestro rostro.

   La segunda lectura se toma de Hebreos (10, 5-10). En ella, Cristo nos hace reconocer que Dios no nos perdona los pecados por muchos sacrificios, ofrendas, holocaustos ni víctimas expiatorias que hagamos, aunque esté mandado por la ley. La razón es que para eso vino Cristo al mundo. Gracias a El, todos hemos sido santificados por el ofrecimiento de su cuerpo y de una vez para siempre. Ahora, sólo nos queda aplicarnos ese perdón por la fe e imitar de verdad a Cristo. Jesús ha venido a salvarnos con la fuerza de Dios, idea central para hoy.

   El evangelio es muy sencillo y, a la vez, muy idílico, muy tierno. Se trata del encuentro entre dos primas: María e Isabel. María está embarazada y corre, presurosa, a comunicárselo a su pariente.

   María es una mujer joven, una chica llena de amor a Dios, que se emociona y vibra ante lo divino. No cabe duda que sus experiencias del contacto con Dios son verdaderas experiencias místicas. Esa es una realidad en muchas personas creyentes normales. No se trata de una sugestión, sino de una vivencia real de contacto con las realidades divinas. Y María va a comunicar todas esas experiencias o vivencias a su prima Isabel. Esta siente dentro de sí, con gran fuerza, la explosión del Espíritu Santo y exclama dirigiéndose a María: "Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre". Con las palabras del ángel en la anunciación y estas de la prima Isabel, se ha formado la primera parte del avemaría. Es una oración netamente evangélica. Tengámosla con frecuencia a flor de labios, recitándola con cariño.

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