lunes, 8 de julio de 2013

XV Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo C. 14/07/213. Lucas 10, 25-37

   En el quinto libro de la Biblia, es decir, el Deuteronomio (30,10-14), se ubica la primera lectura de este domingo. Esta comienza invitándonos a convertirnos al Señor nuestro Dios con todo el corazón y toda el alma, para cumplir sus leyes. Estas no son inalcanzables, no hay que subir al firmamento ni cruzar el mar. Están en nuestro corazón y en nuestra boca. Están en nuestro interior.

   Pero, aunque nosotros cumplamos la ley, quien nos justifica, quien nos hace santos, no es la ley. Es Dios. Como afirma la segunda lectura (Colosenses, 1,15-20), Dios quiso por medio de Cristo Jesús, reconciliarnos consigo haciendo la paz por la sangre de su cruz.

   Otras dos afirmaciones muy importantes contiene esta segunda lectura. Cristo Jesús es imagen de Dios invisible y, también es la cabeza del cuerpo de la Iglesia. Si quieres ser cristiano, un creyente de verdad, debes tener a Cristo, aceptarlo de verdad en tu interior. Entonces él te justifica, él te santifica de verdad, porque él es la imagen de Dios invisible que te ama. Y él interioriza en ti la ley del amor. Toda la ley de Dios se resume en el amor.

   Para los primeros cristianos, la Iglesia es el cuerpo real de Cristo y éste su cabeza. La eucaristía aparece como el cuerpo místico de Jesús. Debemos tomar conciencia de que somos el cuerpo de Jesús y él, realmente, nuestra cabeza.

   En la lectura evangélica, un letrado le pregunta a Jesús: "¿Quién es mi prójimo?" Como respuesta, Jesús le presenta el ejemplo del buen samaritano, de todos conocido.

   Ante aquel hombre molido a palos por los asaltadores, un sacerdote y un levita dan un rodeo y pasan de largo. Para comprender bien lo denigrante de tal comportamiento, se dirá que la religión de Israel había alcanzado una mayoría de edad. Los rabinos consideraban el odio a cualquier ser humano como algo equivalente al ateísmo, pues el hombre estaba hecho a imagen de Dios. El asesinato no sólo era un crimen contra la humanidad, sino un sacrilegio. Algún comentarista bíblico dice que, quien derrame sangre humana debe considerarse como si hubiera ofendido directamente a la imagen divina. Y que quien salva una vida redime a toda la humanidad.

   En este ambiente, la conducta del sacerdote y del levita es totalmente denigrante. Es una desfiguración sacrílega de la imagen de Dios. Es negar su existencia. Cualquier interpretación de la Biblia que alimentara el desprecio hacia los demás era ilegítima. La buena exégesis siembra el afecto.

   Pues bien, el sacerdote y el levita quedaron totalmente retratados. Todo cambia de sentido cuando aparece el buen samaritano. Dios sabe hablar a los corazones vayan al templo que vayan. Los samaritanos iban a un templo distinto de los judíos. No acudían al templo de Jerusalén. Y, sin embargo, nuestro samaritano sabe obrar y obra conforme a la voluntad de Dios. Sabe quién es realmente su prójimo y lo ayuda hasta el límite. Esta es la lección fundamental de este evangelio.

   Alguien así, no cabe duda, ama la presencia de Dios y ama a todos; alegra la presencia divina y a todas las criaturas.

   (Quien desee ampliar ideas busque en google: lucas 10,25-37 teologiaovetense)

   Compromiso:
   Mejora tus relaciones con el prójimo.

 
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