lunes, 3 de diciembre de 2018

II Domingo de adviento. ciclo C. 9-12-2018. Lucas 3,1-6

Cuando todavía estamos inmersos en la gran fiesta de la Inmaculada Concepción de María, felicitémosla por los 164 años de la proclamación de tan preciada solemnidad. ¡Bajo tu amparo nos acogemos Virgen María y ayudamos a vivir cerca de tu hijo Jesús!
   Como  frase para vivir y recordar se propone la de la carta a los Filipenses en el capítulo 1, que dice: "Esta es mi oración: que vuestro amor siga creciendo más y más en penetración y en todo conocimiento espiritual".
   La primera lectura es del libro bíblico Baruc (5, 1-9). Dice que ya no hay más luto, que es necesario vestirse de alegría, de la alegría que da la gloria de Dios. Se utiliza el lenguaje metafórico de allanar los montes y rellenar las profundidades y así facilitar a los demás el camino hacia Dios.
     La segunda lectura se toma de Filipenses 1, 4-6. 8-11. Me recuerda la Iglesia que quiere el Papa Francisco: una iglesia en salida. Pablo afirma que los cristianos filipenses han sido colaboradores en la extensión  del evangelio. Esta es la razón por la cual Pablo reza por ellos y afirma que los ama con el entrañable amor de Jesucristo. Ojalá en todas las parroquias haya un grupo grande de hombres y mujeres, de chicos y chicas, dispuestos a salir de la Iglesia y saber hablar de Dios a la gente que durante el día se encuentran por el camino. Hay mil posibilidades. Prueba y me darás la razón. Así, estaremos llenos de frutos de justicia por medio de Jesucristo para gloria y alabanza de Dios.

   El evangelio de hoy comienza con una situación histórica de la época de Juan Bautista: nombres de los políticos importantes del momento. Juan recorre toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados. También, los primeros cristianos tenían un bautismo de conversión. En él, por el arrepentimiento y la conversión a la fe, quedaban perdonados todos los pecados, y no debían volver a pecar gravemente. Si lo hacían, debían pedir perdón al hermano ofendido y, si era pecado público sabido por todos, era la comunidad quien debía perdonar. Por decirlo de alguna manera, aún no se había establecido la confesión, que fue aconsejada y realizada por frailes irlandeses que no eran sacerdotes. Luego, esta práctica se extendió a toda Europa.

   Juan el Bautista se entregó a la causa de Dios. Empezó a predicar la necesidad de arrepentirse de los propios pecados. Es necesario hablar de Dios a la gente, hacerles tomar conciencia de lo divino. No nos cansaremos de repetir que es necesaria una Iglesia en salida. Lo que sucede es que nos encontramos con una Iglesia donde los seglares carecían de iniciativa para trabajar por el reino de Dios. La iniciativa era exclusiva de los sacerdotes. Sigamos, en el día de hoy, el ejemplo de Juan el Bautista.

   Compromiso:
   Formar un equipo de Iglesia en salida.

 
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