martes, 2 de marzo de 2010

Domingo III de Cuaresma. 07/03/2010. Lucas, 13,1-9

Dos sucesos lamentables nos presenta el evangelio de hoy. El primero se trata de cuando Pilato degolló en el templo a varios habitantes de Galilea. El segundo es el derrumbamiento de la torre de Siloé, en la zona sur de Jerusalén y donde murieron aplastadas dieciocho personas. Dos terribles desgracias para aquellos que lo sufrieron en sus propias carnes, de una u otra forma.

Actualmente, cuando sucedió el tsunami que tantas desgracias causó, algunos se preguntaban ¿dónde estaba Dios en ese momento? Es la misma pregunta que nos seguimos haciendo ante situaciones parecidas.

Pero, no encontraremos explicaciones que puedan convencer a la razón, salvo que Dios es la perfección absoluta y cualquier mundo creado, por contra, no puede ser Dios. Y por lo mismo será limitado en todos los sentidos.

Sin embargo, con el evangelio en la mano, si nuestra "cabecita" no es capaz de encontrar lo positivo de la existencia humana, aún en medio de los dolores y sufrimientos, es que nuestro amos a Dios, al Jesús de Nazaret, es muy pobre o nulo. Las vivencias del espíritu, cuando deposita su confianza en Dios, son maravillosas. Cuando nos echamos en los brazos de Dios, sin desalentarnos en medio de las penalidades, el creyente siente en lo más íntimo de su ser la presencia del mismo Dios. Y, el creyente sigue siendo una persona normal, no obsesionada, pero que lucha por abrirse paso y permanece fiel a Dios.

Los judíos pensaban que estas desgracias nos venían a causa de nuestros pecados. Jesús no da ninguna explicación de por qué vienen esas desgracias. Dice simplemente que todos somos pecadores e invita al arrepentimiento. Y pone el ejemplo de la higuera estéril. Su dueño llevaba varios años yendo a buscar fruto y no lo encontraba. Entonces, mandó cortarla para que no ocupase terreno en balde. Pero el agruicultor le dijo: Señor, déjala todavía un año mas, yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si por fin da fruto y, si no, la cortas.

Es un ejemplo, o parábola, precioso. Todos somos pecadores, pero Dios nos invita apremiantemente a la conversión. A la conversión personal y a la coversión de las instituciones. Los cristianos debemos luchar unidos, en grupos o como sea, para poner al día a la Iglesia. Los jerarcas de por sí, difícilmente lo harán. Son "menos diez" y nos queda poco tiempo para que los creyentes no deserten todos. Es necesario renovar la teología, cambiar el vocabulario para hablar de Dios y ayudar a descubrirlo dentro de nosotros mismos. La costumbre del ordeno y mando de nuestra jerarquía debe cambiar por un marchar juntos, como hermanos en Cristo. La institución también es pecadora y debe convertirse.

Compromiso:
Unirse a otros cristianos dispuestos a trabajar por la puesta en práctica del concilio Vaticano II.

 
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