lunes, 5 de julio de 2010

Domingo XV del Tiempo Ordinario. 11/07/2010. Luc. 10,25-37

   Del comienzo del evangelio de hoy podemos sacar una preciosa oración para rezar diariamente, especialmente por la mañana al levantarnos. Podría ser la siguiente: "Quiero amar al Señor, mi Dios, con todo mi corazón y con toda mi alma y con todas mis fuerzas y con todo mi ser. Y al prójimo como a mi mismo". La repetición de la conjunción "y" le da mucha fuerza a la oración. Pero, no olvides lo del prójimo, que fácilmente nos sucede.

   El evangelista Lucas relata a continuación la parábola del buen samaritano. No obstante, según algunos exégetas, Jesús la relató en otro momento distinto refiriéndose a la gran misericordia de Dios. La principal razón que dan para afirmarlo es que Mateo y Marcos refieren también el diálogo con el maestro de la Ley, pero omiten la parábola. Lucas elabora la unión de ambas cosas.

   Leída o recordada la parábola podemos hacernos varias reflexiones. ¿Qué hay que pensar de quienes confían totalmente en la observancia de la ley religiosa y en el culto de la iglesia? ¿Será verdad que Dios funciona no desde lo elaborado por la religión sino, más bien, desde su infinita misericordia?. Para captar bien el mensaje de esta parábola no debemos situarnos desde la perspectiva del buen samaritano, sino desde la del herido caído en la cuneta. Este necesita misericordia en cantidad; de lo contrario, se muere en medio de grandes sufrimientos. Según lo dicho anteriormente, Jesús no relata esta parábola para explicar quién es nuestro prójimo. Lo hace en otro momento, para hablarnos de la misericordia infinita de Dios, aunque Lucas lo haya juntado.

   ¿Será verdad que la última palabra no la tiene la ley, que nos juzga, sino la misericordia de Dios que recibe nuestra oración clamorosa? El sacerdote y el levita obraron conforme a leyes religiosas y pasaron de largo. No desean quedar impuros por tocar a un desconocido ensangrentado y medio muerto. Sin embargo, el samaritano no se siente obligado a esas leyes religiosas que le quitan de ser humano en un momento determinado. El samaritano es un hereje irreconciliable para aquella sociedad religiosa judía. Y este hereje es el que acude en ayuda del apaleado tirado contra la cuneta. El hereje samaritano socorre expléndidamente al que se supone creyente judío, su gran enemigo.

   Ante este hecho, uno se pregunta: ¿Habrá que reordenarlo todo dando primacía absoluta a la misericordia? Debemos ver en la misericordia el mejor camino para entrar en el reino de Dios. Incluso debemos llegar a ser desleales al propio grupo institucional para identificarnos con el sufrimiento del herido tirado en la cuneta. Es la sana teología de la liberación.

   Práctica:
   Acostúmbrate a reflexionar sobre Dios desde el punto de vista de la misericordia.

 
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