martes, 10 de agosto de 2010

Solemnidad de la Virgen. 15-8-2010. Lucas 1, 39-56

Si hacemos excepción del nacimiento y las escasas historias que Mateo y Lucas nos relatan, es muy poca la información que poseemos sobre la infancia y la juventud de Jesús. Tampoco disponemos de muchos datos sobre su vida familiar, hasta su bautismo por Juan el Bautista y el inicio de su ministerio. Desconocemos, pues, el desarrollo de su vida como niño y joven. Nada sabemos de sus estudios y trabajos profesionales o qué idiomas conocía. Para recaudar algunos datos debemos acudir a la cultura y costumbres de su propia época.

Sobre su madre María, el evangelio de Lucas la presenta como pariente de los padres de Juan el Bautista, Isabel y Zacarías, quienes vivían cerca de Jerusalén, en las tierras montañosas de Judea.

El evangelio de hoy nos presenta a María yendo a comunicar su embarazo a su prima Isabel. Como en muchísimas ocasiones, una parte importante de la vida familiar se desarrolla en la cocina. En ella, según los expertos, existía un gran horno de piedra que le daba prestancia y ambiente. Allí charlarían muy emotiva y familiarmente las dos primas, dando lugar a dos importantes oraciones que se practican en nuestra vida cristiana.

En efecto, Isabel, emocionada, le dice a su prima María:

¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!

Esto es lo que rezamos al final del Ave María. Podemos imaginarnos esta escena en la misma cocina a la que me refería antes. Porque María saluda a su prima después de entrar en casa.

Al igual que María e Isabel, ¿hemos sabido hablar de cosas de Dios con nuestros primos o nuestra propia familia? Ya no digo con otros que no son ni siquiera familia. Ahí queda la pregunta esperando una respuesta y una decisión.

La segunda oración que nos presenta el evangelio de este domingo es la llamada Magnificat. Se trata de una oración no tan conocida, pero que sí rezan muchos cristianos. Es la que empieza con las palabras:

Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador...

Aunque no seamos capaces de recordar la oración entera, sí podemos repetir el comienzo de la misma, que aquí se menciona. Tiene un profundo sentido de la que es la experiencia cristiana. La experiencia de sentirnos cerca de Dios y que nos inunda, cuando recibimos a Cristo en la comunión. Ese Jesús que María llevaba en su vientre cuando visitó a su prima Isabel.

Actuación desde la fe: la que nos insinúe la lectura de esta proclamación evangélica.

 
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