lunes, 20 de marzo de 2017

IV Domingo de Cuaresma. Ciclo A. 26/03/2017. Juan 9,1-38

   Podemos decir que este domingo es un domingo de la luz. En efecto, tanto la segunda como la tercera lectura son una fuerte referencia a la luz. La primera, sin mencionar la luz, nos hace ver que Dios no se guía por las apariencias sino por lo que ve en el corazón de cada uno. Este es un verdadero reflejo de la luz que llevamos dentro. Por ello, se propone como texto a memorizar: "Dios no ve como los hombres, que ven la apariencia; el Señor ve el corazón" (Samuel 16).

   En la primera lectura (1 Samuel 16,1-13a) se trata de la unción del rey David. Mediante ella, la persona se convertía en otra diferente, dispuesta para recibir el espíritu divino, y era intocable para la gente corriente. Por eso afirma esta lectura que el espíritu del Señor invadió a David y que estuvo con él en adelante. Nosotros, que hemos recibido el Espíritu de Dios por el bautismo, no debemos desecharlo jamás.

   Si hay una lectura que haga referencia a la luz, esa es la segunda de hoy (Efesios 5,8-14). Seis veces se hace referencia a ella en un corto espacio. Los frutos de la luz son la bondad, la justicia y la verdad. Busquemos en todo lo que agrada al Señor y, si estamos dormidos, levantémonos de entre los muertos y Cristo será nuestra luz.

   El evangelio de este domingo comienza negando la creencia popular de otros tiempos, de que los males que nos suceden son por un castigo de Dios. Es decir, que son un castigo por nuestros pecados. El ciego de nacimiento no ve la vida exterior, ciertamente, puede tener una vida interior muy fuerte. A pesar de la ceguera, su íntima relación con Dios puede ser muy viva. Eso parece demostrar su vida de honradez profundamente comprometida. En efecto, ante las preguntas que le hacen se presenta como el ciego que antes pedía limosna. El hecho de haber sido curado en sábado, día santo y de descanso para los judíos, hace que intervengan los fariseos afirmando: "Este hombre - Jesús - no viene de Dios, porque no guarda el sábado". Sin embargo, el que fue ciego y al que Jesús devolvió la vista, contestó valientemente y salió en su defensa. Esta gran valentía le costó la excomunión o expulsión del Templo.

   Después de este episodio, Jesús lo encuentra y le pregunta: "¿Crees tú en el Hijo del hombre? Es el que está hablando contigo". El curado afirma: "Creo, Señor". Y se postró ante él.

   Decía al comienzo, que el ciego de este evangelio podía gozar de una vida interior muy fuerte.  Su unión con Dios podía ser muy viva. En efecto, en su proceder fue totalmente honrado y expuesto. El vio a Jesús con los ojos de la cara, pero lo conoció profundamente con los ojos del alma.

   ¡Ojalá cada uno de nosotros llegue a experimentar profundamente la cercanía de Dios, con ese amor íntimo que sale del alma!

   Compromiso:
   Analízate y piensa si no podrías estar más cerca de Dios.

 
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