martes, 6 de octubre de 2015

XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo B. 11/10/2015. Marcos 10, 17-30

   Este domingo las dos primeras lecturas van de la mano, hablando de la sabiduría de Dios y su palabra. Las dos vienen a ser la misma realidad. Y las dos son la base para entender la enseñanza de la lectura evangélica.

   El libro de la Sabiduría (7,7-11) nos presenta a una persona que ha recibido en su corazón el espíritu de sabiduría como don, como regalo divino. Cuando te apoyas en Dios y no en tus obras, por grandes y buenas que sean; Cuando te apoyas solamente en Dios y no en tus méritos, por grandes que los consideres; Cuando tu corazón está totalmente vacío, pero amas a Dios, te abandonas en El y a la vez estás lleno de actividad, diciéndole que lo amas y trabajas por llevarlo a los demás, el espíritu de sabiduría ha entrado en ti. Eso vale más que todo el oro y su resplandor no tiene ocaso.

   La carta a los Hebreos (4, 12-13) nos habla, de frente, sobre la realidad de la palabra de Dios. El que vive las experiencias de la primera lectura se de cuenta de que la palabra de Dios es viva y eficaz, como espada de doble filo, penetrante, que llega a lo más íntimo de nuestras entrañas. La sabiduría de Dios y su palabra van íntimamente unidas.

   Meditemos sobre nuestra experiencia íntima de Dios, en las alegrías y en el dolor, e iremos descubriendo muchas cosas que nos ayudarán a vivir de la sabiduría divina y ver que nada escapa a su penetrante mirada.

   Nuestro cristianismo del siglo XXI, como nos recuerda el teólogo Rhaner, o es místico, es decir, o tiene experiencia de Dios o no será nada.

   El joven rico que se acerca a Jesús para preguntarle qué tiene que hacer para lograr la vida definitiva, lo hace porque los fariseos obligaban a todo un cúmulo de observancias y cumplimientos si se quería alcanzar la vida definitiva. Jesús se olvida de tantas observancias y lo remite a los mandamientos básicos. Expone un código de conducta que valga para todos los seres humanos, no sólo para los judíos. Así, contesta el joven: no mates, no cometas adulterio, no robes, no testimonies en falso, no defraudes, sustenta a tu padre y a tu madre. Jesús no menciona el noveno y décimo mandamientos de la ley, pero obliga a uno nuevo: "no defraudes", es decir, no prives a otro de lo que se le debe. Y además, Jesús omite los tres primeros mandamientos que se refieren a Dios. Eran característicos de Israel y fundaban su superioridad sobre los demás pueblos, mirándoles por encima del hombro. Jesús propone un código de conducta que vale para todos los hombres, basado en el respeto mutuo y en la honradez.

   Jesús ya ha contestado al rico cómo alcanzar la vida eterna. Sin embargo, para realizar en sí mismo el proyecto de Dios, para llenarse de plenitud espiritual, es necesario haberse empapado de las dos primeras lecturas. Sólo quien ha sido empapado por la sabiduría de Dios y se deja penetrar de la palabra divina como espada punzante, sólo ese es capaz de dar el paso heroico de darlo todo a los pobres.

   Compromiso:
   Debemos acostumbrarnos a ser personas con vida de oración, para ir descubriendo los misterios de la vida espiritual.

 
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