lunes, 12 de agosto de 2013

XX Domingo del Tiempo Ordinario. 18/08/2013. Ciclo C. Lucas 12,49-53

   Este domingo se inicia la liturgia de las lecturas con una del capítulo 38 del libro bíblico de Jeremías (versículos 4-6,8-10). Este texto se encuadra en los años del 597 al 587 antes de Jesucristo.

   Jeremías con Isaías, Ezequiel y Daniel, es uno de los profetas mayores. Jeremías une su vida a su palabra con lo que tiene una fuerza imprevisible. Pero, como en su caso, es difícil oir la voz del profeta que predica la confianza en Dios, cuando el que escucha sólo confía en si mismo.

   A Jeremías lo encarcelan y luego lo meten en un aljibe lleno de barro, como castigo por su predicación.

   Siempre, ayer y hoy, el profeta aprende en su propia carne que la verdad, a menudo, hiere.

   La segunda lectura tomada de la carta a los Hebreos (12,1-4) nos recuerda que hay multitud de testigos de todo lo sucedido a Cristo. ¡Es maravilloso hacer el via crucis siguiendo el mismo recorrido de Jesús camino de la cruz! Y nosotros no somos testigos verdaderos de aquel suplicio atroz, simplemente meditamos sobre ello.

   Y dice la carta a los Hebreos que los cristianos debemos de quitar lo que nos estorba y correr la carrera con la meta puesta en Cristo. En Cristo que tanto sufrió, pero ahora, está a la derecha del Dios Padre. Tengamos en cuenta que la mayoría de nosotros no hemos llegado a la sangre sufriendo como sufrió Cristo.

   En el evangelio, Jesús nos habla de su venida para traer fuego sobre la tierra. Sin duda nos habla de un fuego purificador. Ya Malaquías en el capítulo 3 nos menciona este fuego. Es el fuego de Dios que nos purifica. Las obras de Jesús, el amor inmenso que nos demostró, toda su enseñanza, es un fuego purificador. Este fuego penetró, a través de los siglos, a millones de personas y se manifestó en nuevas actitudes y motivaciones que las llevaron a una vida profundamente cristiana e, incluso, al derramamiento de su propia sangre.

   Pero, ese fuego purificador viene después del terrible sufrimiento que le espera a Jesús. A su muerte agonizante la llama el mismo Jesús, bautismo con el que ha de ser bautizado. Y sobre él, Jesús afirma en el evangelio de hoy: "¡Qué angustia hasta que se cumpla!"

   Todo ello debía suceder antes de que el fuego purificador se convirtiese en un incendio imparable, extendiendose rápidamente a las partes más distantes del imperio romano. Enseguida, llegó a España.

   Esto, naturalmente, da lugar a serias desavenencias, a veces entre los miembros de una misma familia. Tanto entre los practicantes del judaísmo como entre los paganos, a menudo, fue mal visto que la fe en Cristo prendiese en los corazones de familiares y amigos. Era salirse de lo conocido, de lo que  se estaba acostumbrado. A los que no conocen la fuerza interior que transmite Cristo, la especial iluminación y felicidad que da a las almas, les resulta imposible de comprender que se le acepte.

   Compromiso:
   Para comprender mejor a Cristo, aprende a saborear interiormente la felicidad que hay en el fondo de tu alma.

 
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