viernes, 8 de agosto de 2008

Domingo XIX del Tiempo Ordinario (10/08/2008). Mateo, 14, 24-33

En el evangelio de hoy se hacen presentes dos formas de creer en dios. O mejor, dos formas de aceptar a Jesucristo. Una que representa la verdadera fe, la fe desinteresada y, por el contrario la de la fe que acepta a Jesús en espera de algún favor, única y exclusivamente.

La fe con la que debemos aceptar a Jesús es la fe llena de amor y confianza. Es la que nos entrega a Él en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, es decir, todos los días de nuestra vida. Esta adhesión a Jesús es la que dará solidez a nuestra vida y la llenará de paz y felicidad a pesar de todas las dificultades.

Refiriéndonos al evangelio de hoy, como siempre, es necesario ponerse en el vocabulario de la época, donde "andar sobre las aguas" era, metafóricamente, propio de Dios. Puede verse para ello el libro bíblico de Job, cap. 9, vers. 8 ó también 38, 16. Sea o no real el hecho, los discípulos manifiestan su incredulidad en que Jesús es "Dios entre nosotros", no lo reconocieron andando por encima de las aguas, como sólo Dios puede hacer. Creen que sólo se trata de un fantasma.

Para que no se asusten los discípulos y confirmen su fe, Jesús, utilizando la misma expresión que Dios emplea cuando se manifiesta a los demás, les dice: "Yo soy", no os asustéis. Es decir, se les sigue presentando como Hombre-Dios. Como quien es el único que puede andar sobre las aguas y el único que puede afirmar "yo soy el que soy" o, simplemente, "yo soy", dicho con un énfasis especial.

A Pedro, sin embargo, no le interesa tanto que Jesús se manifieste como el Hombre-Dios, sino que lo que desea vivamente es realizar el prodigio de poder caminar sobre las aguas y así participar de la condición divina. Jesús no duda y lo invita. Pedro anda efectivamente sobre las aguas, pero cuando arrecia el viento, siente miedo y pide auxilio Jesús le recrimina, suben a la barca y cesa el viento. Finalmente todos se arrodillan ante Él y dicen: "Realmente eres hijo de Dios".

Para mejor entender este pasaje evangélico es necesario advertir que en él se encuentran vivencias de la primitiva comunidad cristiana. Por un lado Pedro llama "Señor" por dos veces a Jesús, con lo cual hace referencia a Jesús Resucitado, el Jesús que vive entre los cristianos. Además, la "barca" de los discípulos es también figura de la comunidad, enviada por Jesús a la otra orilla del lago Genesaret, es decir, a país pagano. Todos los pueblos, no sólo el judío, tienen derecho a recibir la Palabra de Dios sin discriminación alguna. Y, como en la barca del evangelio, cuando el viento o las dificultades arrecian, es necesario seguir manteniendo la fe en el Señor.

Sin embargo, para que este evangelio sea realidad, nosotros debemos ser realmente discípulos del Señor. Hombres y mujeres que propaguemos esa fe tan maravillosa y que tanto bien puede hacer a la humanidad.

 
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