martes, 18 de junio de 2013

XII Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo C. 23/06/2013. Lucas, 9,18-24

   La primera lectura se toma del libro bíblico de Zacarías (12, 10-11 y 13,1). Zacarías es un libro que consta de dos partes. La primera, hasta el capítulo 9 inclusive, fue escrita unos 520 años antes de venir Jesucristo al mundo. La segunda parte es aproximadamente del año 390 también antes de Cristo (capítulo 9-14) y, en ella, hay pasajes mesiánicos muy importantes.

   Dios, dice el pasaje, va a derramar sobre Jerusalén un espíritu de gracia y de clemencia. Pero, a continuación, vienen los sufrimientos de quien dice traspasan y al que lloran como se llora a un hijo único o a un primogénito. Lo que afirma este texto, la iglesia primitiva lo aplicó a Cristo. Así, el evangelista Juan, siguiendo este texto de Zacarías, afirma de Jesús que "mirarán al que traspasaron" ya que traspasaron o atravesaron su costado con una lanza.

   La segunda lectura (Gálatas 3,26-29) sigue hablando de la fe como en domingos anteriores. Termina diciendo que si somos de Cristo, somos descendientes de Abrahan y herederos de la promesa. Es decir, no somos descendientes de Moisés que nos dió los mandamientos, la ley. Ahora no es tiempo de la ley, es tiempo de la fe en Cristo Jesús.

   ¿Y qué consecuencias tiene la fe en Cristo? Hemos sido bautizados en Cristo y esto, según las palabras del original griego, no significa una simple referencia a Cristo o un símbolo. Es un acto por el cual entramos en una unión mística y real con Cristo, muerto y resucitado. Los que hemos sido bautizados en Cristo nos hemos revestido realmente, internamente de él. Nos identificamos con él, somos cristianos auténticamente.

   La fe bíblica es bastante más que un simple creer. Conlleva una gran actividad, es todo acción. Si le falta esto, es una fe desnuda, pasiva, y que por lo tanto tampoco nos justifica. Por esta razón, está en íntima relación con el bautismo, que está impregnado y dinamizado por la fe.

   El centro de la lectura evangélica es la confesión de fe que hace Pedro. Los cuatro evangelios respetan esta tradición. Jesús pregunta a los discípulos, no sólo a los apóstoles: ¿Quién decís que soy yo? Pedro le contestó: "El Cristo de Dios". Y Jesús les mandó con energía que no lo dijeran a nadie.

   Esta confesión de Pedro, recibida por los cuatro evangelios, tiene matices muy distintos en cada uno de ellos.

   Pero, limitándonos a la lectura de hoy, el verbo utilizado en el texto original griego es el mismo que usa Lucas para mandar callar en las expulsiones de demonios, o para increpar a las enfermedades o a la tempestad. Por esta razón, se puede afirmar que Jesús exorciza a los discípulos de su visión mesiánica equivocada.

   Los discípulos pensaban en un Mesías plenamente triunfante y, por ello, Jesús les ordena que callen. Pasa, a continuación, a hablar de sus padecimientos: sufrirá mucho, lo matarán y al final resucitará. Y termina afirmando que, quien quiera seguirlo, tome su cruz cada día y le siga.

   No se trata de tomar la cruz de todos los días, sino de tomar la cruz todos los días. A menudo no es dolorosa la vida de todos los días. Pero, hacerse marginado con los marginados, humilde con los humildes, pobre con los pobres, esto sí es tomar la cruz y seguir a Jesús. Es el ejemplo que está dando el papa Francisco. Y esto sí es el evangelio. Y siguiendo así a Jesús la Iglesia será la Iglesia de Cristo y el mundo, paradójicamente creerá. Y la Iglesia está obligada a crucificarse, en lugar de hacer nuevos crucificados con sus anatemas y condenas.

   (Si desea otras ideas busque en google: teologia ovetense Lucas 9,18-24).

   Compromiso:
   Procura tomar la cruz todos los días.

 
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